Despierta hijo mio

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Tres semanas llevaba Vincent en aquella oscura selva. Sin haber conseguido nada en absoluto excepto agravios en la salud ocasionados por un clima hostil. Empezaba a respirar cada vez peor, como si sus pulmones perdiesen energía poco a poco. El calor lo dejaba siempre sumido en un profundo sopor somnoliento y la humedad solo hacia agravar la situación.

Dos meses hacia ya de esa llamada. Dos meses en los que sus esperanzas después de subir a lo más alto estaban a punto de terminar de caer en picado a lo más hondo de la exasperación. Aquí en este lugar no había nada, excepto parásitos y muerte, pero algo oyó, un gran rugido de algo parecido a un felino de grandes dimensiones en la lejanía. ¿ lo habría olido? Con todo este sudor debería de estar emanando un hedor infernal por toda la selva pensó. Pero volvió a oír otro sonido de nuevo. Esta vez más parecido al gemido de un animal mucho más pequeño. Con cautela comenzó a acortar distancia en dirección a aquellos ruidos sin identificar. Atravesaba largas cañas apartándolas suavemente con las manos intentando hacer el menor ruido posible aunque sabía con seguridad que con todo el revuelo de la selva sus pisadas se verían camufladas.

Avanzó unos metros más y allí los vio. Un jaguar adulto de gran tamaño se encontraba batallando con lo que parecía un pequeño simio. Este se defendía duramente con sus pequeñas pero afiladas garras y entre sus diminutas fauces se podía apreciar pelo y sangre que parecía ser de su cazador, sin duda no se lo estaba poniendo fácil. La presencia de Vincent no pasó desapercibida y ahora era él el centro de atención. El jaguar dejó a su anterior presa malherida en el suelo y aún quejándose de sus heridas para comenzar a andar con lentos pasos hacia un botín aún mayor. En sus ojos podía ver su propio reflejo asustado, esperando un rápido pero doloroso final. Pero algo ocurrió, aquel pequeño animal herido que había perdido toda importancia para el felino ataco con un ágil mordisco a la yugular de este, haciendo gruñir de dolor al depredador que intentaba vanamente deshacerse de él con rápidos y poderosos movimientos. La sangre chorreaba a borbotones de la boca del  primate y un líquido negruzco manchaba el pelaje del jaguar.

Sorprendentemente parecía que el simio estaba ganando esta cruel batalla, pero su captor con gran habilidad felina pudo atrapar bajo sus fauces una de sus pequeñas patas y comenzó a zarandearlo de aquí para allá hasta que consiguió arrancársela de cuajo. El pequeño animal se lamentaba sonoramente en el suelo mientras el mas grande se le acercaba para asestarle el golpe final. Pero este sin explicación alguna comenzó a perder el equilibrio y después de dar unos últimos gruñidos primero con tono grave y por último casi imperceptibles cayó en redondo hasta que su agitada respiración cesó por completo.

Allí se encontraban los dos combatientes, uno malherido desangrándose con una pata arrancada y lleno de heridas de guerra y el otro al parecer muerto por causa desconocida.

Vincent comenzó a acercarse muy lentamente, como si aquellas dos criaturas pudieran volver a levantarse y a reanudar el combate. Pero no fue así. Apenas podía percibir las constantes vitales de aquella especie de mono. Se encontraba en estado de shock y su mirada se perdía en el cielo como si se estuviese preparando para ser acogido en otro mundo no terrenal. Pero lo que más le llamo la atención a Vincent no fue que aún siguiese con vida después de tan duras heridas sino aquella señal dorada tan peculiar que adornaba su pequeña frente que le indicaba que por fin había encontrado lo que tanto buscaba.

GUSANOWhere stories live. Discover now