Epílogo

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Los principios no siempre son fáciles, es más, habitualmente suelen ser complicados. Son épocas de cambios, de adaptación... épocas, en las que la ilusión suele opacar al miedo. Y es esa ilusión precisamente, la que ha conseguido que ellos lograran avanzar.

Los primeros meses no fueron sencillos. La decisión de dar el pecho a Lía bajo demanda, acabó agobiando bastante a Aitana, pues sentía que las responsabilidades se agolpaban en su espalda.

La dependencia de la pequeña con ella, hacía que Martín ocupara en la mayoría de los casos un segundo plano que ella no había decidido darle, obligándole a ser aún más independiente o a recurrir más a menudo a la ayuda de su padre y no la suya. Y eso dolía.

Por si fuera poco, cada vez se sentía más ajena en su propia empresa, pues se veía obligada a otorgar su voz y voto en reuniones a Agoney y Marta. Reduciéndose su trabajo al mero trazo de un par de bocetos y poco más, pues ellos como fieles escuderos, se encargaban de solventar el resto.

Tampoco ayudaba que su figura no volviera a ser la que era. Su autoestima bajaba estrepitosamente a pesar de los constantes intentos de Luis por cambiar ese rumbo. Fue solo al fin de la cuarentena, cuando al sentirse igualmente deseada empezó a remontar. Aún así, cierta inseguridad habitaba en su mirada, pues empezaba a sentir que la única función que tenía era la de alimentar a su hija.

Pero a pesar de todo, no era algo que detestase. Adoraba esos momentos de ellas dos, ese micro universo especial que se formaba entre ellas. Ese, que había añorado crear con Martín, ya que tuvo que recurrir al biberón para facilitar su conciliación laboral. Y puede que porque precisamente le reconfortaba demasiado ese vínculo con Lía, por lo que se sentía terriblemente culpable cuando por otro lado, sentía que esos ratos la quitaban muchos otros.

Por suerte, gracias al paso del tiempo o por pura adaptación, las demandas de la pequeña fueron bajando. La atención hacia Martín pudo multiplicarse; la gran flexibilidad de horarios de Luis hizo que la conciliación familiar fuera llegando e incluso su figura, acabó volviendo a unos cánones de belleza en los que la catalana se sentía cómoda.

Y así, casi sin darse cuenta habían pasado casi dos años... Dos años en los que han alcanzado esa rutina a la que pocas pegas pueden poner. Bueno sí, a Luis hay una que le martiriza cada mañana y es despertar sin ella. A cambio, todos y cada uno de los días tienen su pequeño ratito comiendo juntos, los dos, mientras Martín se queda en el comedor y Lía se echa la siesta.

Pero ahora, tiene que contar las horas para ese reencuentro con ella y consolarse con ese rastro de su dentífrico que queda en sus labios por ese beso de despedida que le ha dado cuando estaba medio dormido. Ese beso, que a la catalana le hace taconear entre risas como si fuera una adolescente cuando sale de la habitación, antes de dar un último vistazo a sus pequeños. Y que dibuja en el gallego una sonrisa al intentar recrear en su memoria ese momento de primera hora de la mañana, mientras peina sus rizos antes de despertar a sus hijos. Y a pesar de que esté ansioso por volver a rodear a Aitana entre sus brazos, no puede negar que ese momento suyo a solas con sus pequeños por la mañana, es uno de sus favoritos.

Se acerca con sigilo a esa habitación que un día fue suya y luego de Martín. Y que ahora ha sido remodelada para que ambos niños compartan cuarto. Pues les parecía mucho más enriquecedor que compartieran espacio y ya cuando su desarrollo demande intimidad, adquieran sus propios espacios, tal como hicieron con Luis y Miriam sus tíos.

Su sonrisa se ensancha obligándose a apretar sus labios para no soltar una carcajada. Y es que, aunque esa imagen sea cada vez más habitual, no deja de hacerle gracia como esa pequeña consigue manejar a su hermano mayor casi con mayor soltura que con la que le maneja a él.

SaudadeWhere stories live. Discover now