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Capítulo 1. Recuerdos, arañas y rencor.

San Francisco, Estados Unidos.

En la actualidad.

Puntos de fuga entre líneas discretas, mentiras piadosas con tintes venenosos y miradas secretas extendidas como un tic nervioso, el mundo se desgranaba a partir de los engaños con sonrisas en cada esquina, esas falacias caminantes de la noche que guardaban balas en cada coche. Controlada era la ciudad por papeles verdes con gran fragilidad, objetos dorados de gran intensidad y brillantes diamantes en bruto probando lealtad. Vengadores eran los que prevalecían con juventud en sus miradas, intentando exterminar la injusticia perlada de odio que se avecinaba en cada rincón, más ella no era una de ellos. Había prometido no volver al mundo de los agentes cuando el Universo le había advertido en aquél verano infinito en las montañas cómo sería su vida si lo intentaba, sangre espesa venía a su memoria cuando daba un brinco en el pasado, vislumbrando aquél momento en el que la catástrofe había pasado.

Las arañas se agrupaban a hacerle celebración por las noches, tejiendo hilos, creando redes. Y es que aunque quisiera ser un mortal más la chica con cabello de fuego, la verdad era implacable y le asfixiaba de golpe con las miradas curiosas de visitantes nómadas. Natalia era su nombre, jamás había intentado averiguar qué significaría en realidad aquello, el por qué le era otorgado tal sabor fuerte en los labios como un arma en sus manos, entrenada para danzar con cuchillas en sus manos, ella sonreía a diario recordando los viejos tiempos en los que su corazón palpitaba entre sus brazos. Pasado construido de cenizas era ese que cargaba en su espalda, con marcas invisibles resonando en sus huesos, aniquilación danzando con su alma.

Muerte roja era anunciada en las montañas nevadas cuando ella pisaba, corrompido estaba el color rojo en Rusia por sus pasos sanguinarios. Reclusa del dolor caminaba vendada, toda una vida siendo prisionera le pasaba factura en su piel delgada y blanca, todos conocían su nombre y vislumbraban su silueta, venerando la vida hasta que ella disparaba. Se había redimido con el paso de los años, ocultando la bestia entre acciones buenas, silenciando a los demonios con una mordaza extrema, había caído en los brazos del amor tantas veces al encontrar la luz que se encontraba temerosa al ver como realmente existían los sentimientos, y aún más al comprobar que podían se recíprocos.

— Tash, creí que no llegabas para la cena.— La voz de un ángel generaba ecos en su presente. Theodore Stone rescataba su vida en cada mirada furtiva, salvándole de su pasado con grandes sonrisas.

— Yo también creí eso, cariño.- Susurró la rusa con una sonrisa mientras comenzaba a quitarse su abrigo, en las calles resoplaba una ventisca invernal que quemaba la piel dejando un horrendo final.— ¿Cocinaste? ¿Qué es ese olor?

El reconocido doctor Theodore Stone había quedado encantado con la rusa hacía un año, llegando a arriesgar su estancia en la agencia reconocida como SHIELD por el hecho de serle leal a ella, incluso cuando la pelirroja tenía heridas en su corazón, él le había intentado sanar con el más puro de los sentimientos; el amor. Sabía la historia de la chica, narrando como una vez lo había tenido todo con una persona y en un segundo habían explotado chispas, el Infierno había pasado la rusa antes de su retiro definitivo, amando a un centinela y dejando desnudas sus heridas, sintiendo como la vida rasgaba su piel y la muerte susurraba su nombre.

Había decidido mudarse con el chico la araña rojiza, y mientras él anhelaba volver a la acción todos los días mientras se sumía en una gran monotonía, ella se encontraba feliz siendo guardia de seguridad de un hospital cercano, el mismo en el que Theo trabajaba con pesadez cada día. Pero sabía que lo valía, porque verle feliz a ella le llenaba de una forma magnética.

ᴛʜᴇ ᴏᴛʜᴇʀ ᴡᴏᴍᴀɴ─ ᴍᴀʀᴠᴇʟ✵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora