Hermanastros [Parte I]

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Si cerraba los ojos podía recordar a la perfección el día en que le conoció

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Si cerraba los ojos podía recordar a la perfección el día en que le conoció. Si permitía que su mente se llenara de Gulf, podía incluso rememorar lo que sintió. Ojos brillosos y curiosos mirándole tras una melena larga que los cubría parcialmente. En aquella época Gulf ya era un chico alto, pero más delgado y tímido. Tan bonito cuando sonrió que en un instante su pecho se llenó de calidez. Y pensó: «Podemos llevarnos bien, podemos ser hermanos».

Que equivocado estaba.


♡♡♡


—¿Regresarás? —Gulf preguntó desde el sofá donde jugaba en línea con sus amigos.

Se había quitado los audífonos y le dedicaba ahora toda su atención a su hermano mayor.

Mew tenía un par de libros bajo el brazo y sin mirarle asintió.

—No me esperes para la cena —anunció cerrando tras de sí.

El ruido hizo eco en la cabeza del más joven y enseguida las ganas de jugar se esfumaron junto a la presencia de Mew.

No lo entendía, se había mudado con su hermano cuando entró a la universidad para pasar más tiempo con él, pero parecía que el castaño lo evitaba. Sabía que estudiar un doctorado, y trabajar al mismo tiempo, no era sencillo, sin embargo en su tiempo libre Mew salía a emborracharse y llegaba en la madrugada oliendo a la colonia de un desconocido.

Quería acercarse a su hermanastro y platicar como en los viejos tiempos, cuando a pesar de la diferencia de edad, y de que se vieron forzados a convivir por sus padres, ambos encontraron la forma de conectar y llevarse muy bien.

Gulf ya no tenía ganas de seguir intentándolo, no podía estar tras su hermano toda la vida, quizá había dejado de quererlo. Aunque eso le parecía tan irreal. Después de todo fue el castaño el primero en que se acercó a él. El que con su carisma y buen humor logró derribar sus barreras y ganarse su plena confianza.

Tal vez, solo necesitaba su espacio y al llevar un año viviendo con él, le había robado su intimidad de la que tanto disfrutaba.

Con tristeza se puso de pie y llamó a su madre, avisándole que regresaría a casa. Por su tono de voz la mujer no protestó ni le exigió explicaciones, debía sospechar que había tenido una pelea con Mew. Y cuanto daría por tener una pelea con él, pero incluso eso le negaba su hermano.

Se dirigió a la habitación que se le había asignado y metió sus pertenencias en la maleta con la que llegó allí, desganado y con ganas de llorar.

Mew desde el inicio lo cuidó, desde el principio le hizo sentir feliz. Pasaban horas jugando videojuegos, charlando sobre cualquier tontería o mirando juntos alguna serie. Antes Mew lo abrazaba y él se sentaba en su regazo como si no hubiese más sitio que sus piernas. Pero así se sentían cómodos, así se sentían bien.

Porque nos pertenecemosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora