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Después de volver temprano a casa sin saber todavía cómo explicarse por su lamentable estado, Gabriel se posaría ante el espejo para ver el resultado de su propia y tremenda imbecilidad

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Después de volver temprano a casa sin saber todavía cómo explicarse por su lamentable estado, Gabriel se posaría ante el espejo para ver el resultado de su propia y tremenda imbecilidad.

Tragaría en seco y se abstendría, por un momento, de abrir los ojos para luego, tras un pesado suspiro, enfrentarse a la realidad de su condición: el labio inferior cortado, los pómulos hinchados y amoratados, al igual que el ojo izquierdo, sin olvidarse de ciertos otros cortes en mejillas y frente de donde emanaban, todavía, gotas de sangre.

Ni el propio Caleb le había atinado golpes con tanta saña, con tanto fervor iracundo, fervor que conoce casi a la perfección: no es primera vez que sobrevive a una tunda semejante.

El Emperador y Gabriel, en un pasado no tan lejano, ya se habían enfrentado. Y lo recordaba todo mientras se lavaba las heridas con sumo cuidado. Recordaba, también, la primera vez que lo había visto, la vez esa en que le hizo gracia el corte de cabello del flacucho que recién acababa de llegar de quién sabe qué parte.

Todavía eran niños que cursaban el sexto de primaria en aquellos días, y desde entonces el color de su cabello pareció llenarlo de encanto, de curiosidad y envidia.

Suficiente eran los ingredientes como para impulsarlo, siempre, a causarle molestias sin sentido, solo por llamar su atención, por atraer su mirada hasta donde él estaba y con eso sentirse medianamente complacido. El primer amor de un niño.

De aquellos tiempos, de tantas travesuras, recuerda con desgano la vez primera que sintió el verdadero peso de las manos de Jeremy. Fue durante una obra de teatro, finalizando el año escolar. Jeremy, por cosa de un cambió de último minuto, le tocó reemplazar al niño cuyo papel era el centro de la obra: el Emperador.

Fue cuando Gabriel, tras figurarlo el centro de todas las atenciones, una vez más haría de las suyas para intentar zafarlo de tan fastidioso circo y quedarse para sí con toda la atención de Jeremy, pero el truco le saldría muy pero muy mal.

Y habría, entonces arruinado la obra, habría entonces avergonzado a Jeremy y, a su vez, habría encendido en él la mecha de una ira desaforada. Fue en aquel entonces, en ese preciso momento, en que el Emperador nació.

Jeremy no vaciló en dirigir sus pasos hacia donde él estaba y saltarle encima como felino salvaje al momento de atacar a su víctima. Lo golpeó sin pausa mientras los otros niños hacían intentos por separarlos, mientras la maestra halaba de él con esfuerzos sobrehumanos para fracasar en su misión.

Jeremy había perdido los estribos y el culpable estaba recibiendo su merecido.

–¡El emperador perdió la cabeza, va a matar a ese niño! –gritaban algunos de los niños que presenciaban cómo, con fuerza apisonadora, el muchachito frágil y delgado, con el rostro inexpresivo, golpeteaba a un niño todavía anónimo.

Sonríe.

Ladea la cabeza y sonríe recordando las razones, los resultados.

¿Siempre ha estado enamorado?

¿Siempre ha hecho cosas estúpidas con tal de atraer aquella mirada hacia él?

En efecto: por su culpa Jeremy abandonó a sus amistades, por su culpa Jeremy abortó su vida y tuvo que buscarse una nueva lejos de él y de todo cuanto conocía porque ya no podía mantener la calma, no podía resguardar al Emperador dentro de una caja y encadenarlo para que no saliera.

Todo por causa suya y de su extraña manera de demostrar afecto. Todo por causa suya y un beso que nunca debió ser. Y sonreía porque recordaba a la perfección ese detalle también: ese beso que le robó previo a su partida forzosa.

¿Acaso se le dificultaba de alguna manera el darse cuenta del mal que causaba con sus manos o simplemente no le importaba?

–Estoy cansado de suplicar por tus atenciones –le había dicho en aquel momento cuando, tras un descuido suyo, lo tomó del brazo con fiereza y lo llevó consigo, a la fuerza, a un sitio a solas.

Jeremy simplemente no supo reaccionar ante lo que, para él, era un sinsentido desgarrador. No entendía, en lo absoluto, la réplica del muchacho que, ahora luce anteojos.

No entendía tampoco las razones que éste le daba para tomarlo por la cintura de la manera en que lo hacía, para mirarlo con la insensatez con la que lo hacía, para acercarse tan invasivamente como lo hacía hasta, finalmente, robarle de los labios un beso que no le pertenecía.

La sorpresa, para Jeremy, fueron solo gasolina y fuego en una habitación sin ventanas. La explosión no se hizo esperar, así como, para el colmo de males, la vuelta a escena de todavía recordado Emperador.

–¿Qué tiene él que no tenga yo? –se pregunta ante el espejo intentando comprender aquello que Caleb y Jeremy ocultan a simple vista, buscándose una respuesta ante lo que parecía imposible.

Diana había sido desplazada por la imagen de su primo. Si él ya estaba teniendo problemas con Caleb quiere decir que Diana, en su mundo, tenía sus propios asuntos con el primo que busca robarle al novio.

Cosa que le causó gracia: los primos enfrentados por cosa de un amor, el mismo amor, el mismo muchacho delicado que él ha estado persiguiendo desde el sexto de primaria.

Ahora estaba en el cuarto año del bachillerato, contemplándose destruido ante el espejo, curando las zanjas que aquellas delicadas manos le habían causado con una fuerza imparable, titánica.

Ya estaba en el cuarto año de bachillerato y su corazón seguía perdiendo el rumbo a causa del mismo nombre, del mismo rostro y mirada muy a pesar del fracaso.

Caería presa del sueño al momento de volver a su habitación. Su mente divagaría entre los pasados ya vividos y los presentes probables que, en su imaginación, en su pensamiento, representaban otras nuevas y posibles oportunidades de intención.

Jeremy no podía ser, para siempre, una imposibilidad y eso quería alcanzar: romper con lo imposible y enamorarlo, mandar al diablo lo imposible y alzarse victorioso con la figura de aquel príncipe guerrero entre sus brazos.

Gabriel estaba dispuesto a continuar y poner en marcha, quizá, un nuevo plan de acción o, tal vez, cambiar la estrategia y plantearse una nueva gala de travesuras para alcanzar un amor desesperado.

Gabriel estaba dispuesto a continuar y poner en marcha, quizá, un nuevo plan de acción o, tal vez, cambiar la estrategia y plantearse una nueva gala de travesuras para alcanzar un amor desesperado

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Sensible e insensato -Privilegio- ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora