Capítulo 1. Rey del inframundo

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Habían pasado ya milenios.

El inframundo se mantenía igual. Un reino prosperó.

Pero eso no cambiaba, que su monarca sea más estricto.

No podían culparlo, después de lo que paso. Nadie podría.

En este instante estaba en un juicio, junto a los demás dioses del submundo.

—He tomado mi decisión. — Fue lo que dijo el Castaño —Tártaro. — Una palabra directa.

La mujer estaba sorprendida.

—¿¡Por qué!?. — Ella grito — ¡No hice nada malo!. —

—¿No hiciste nada?. — Dijo de forma burlesca. — ¿Matar a niños y jóvenes, para usar su sangre pues creías que así te verías más joven. Además de casi extinguir a todas las mujeres de tú reino?. ¿Te parece poco?. — Dijo con un timbre de voz frío, provocando un escalofrío a la mortal. —Tanatos, ya sabes que hacer.

Y el dios de la muerte se levanto para llevar consigo al alma de la mujer, a su eterno castigo.

—¿Era la última?. — Pregunto a la diosa de las brujas.

— Así es. Ella era la ultima por hoy — Respondió.

El monarca se levanto de su puesto, y salio sin decir palabras. Verificaría la seguridad del inframundo.

Mientras camina. Paso por los campos en los que solía estar su amada.

No lo iba negar.

La extrañaba.

Y se lamentaba no haber llegado a tiempo para evitar su caída al mar de morfeo.

Pero eso no fue un pretexto para no crear una estatua en su nombre.

Una estatua de diamantes.

Sin más, siguió caminando hasta llegar a su castillo.

Todo aquel que viera el interior, considerarían que el castillo de Zeus, era más bien humilde. En comparación al castillo de Issei.

Todo estaba hecho de los materiales más costosos y preciosos.

Desde mesas de oro, trastes de porcelana, cubiertos de plata.

Y porque no.

Estatuas de diamante.

Todas las sirvientas del castillo siempre llevaban consigo joyas.

Ya sean zafiros, rubí, cuarzos. O incluso diamante.

Pero algo era seguro.

El Inframundo, es el reino con mejor estabilidad de todos. Pues aquí, nadie es inferior a nadie.

No obstante, no significa que hubiera "pobreza".

Si es que puedes llamar pobreza, el vivir en un palacio lleno de oro, y tú paga era el zafiro.

Si. Ese reino tuvo la suerte de contar con el mejor monarca.

—Radamanthys. — Llamo la deidad.

—¿Para que me necesita, mi señor? — . Respondió con gran respeto ante su rey.

—¿Cómo va la seguridad del tártaro?. — Pregunto sin titubear, una de las características que adquirió pues ser un juez. No significa que vas a titubear.

No.

Ser un juez, es tomar una decisión basada en las acciones, pruebas y evidencias. Tomando eso en cuenta, se decide si la persona va a los campos elíseos, a los campos orfeón o al Tártaro.

Luz en la Oscuridad Where stories live. Discover now