Capítulo 1 - Luisita y Amelia

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*Desde el final del primer capítulo hasta el comienzo del segundo*

–Hola.

–Hola.

–Eh... Perdona, ¿puedo ver esa caja?

–Eh, sí... Sí, sí, claro.

–¿De dónde has sacado estas camisetas?

–Pues... Es que te va a sonar rarísimo...

–Bueno, hoy ya nada me sorprende. Eh... Por cierto, soy Luisita.

Amelia.

Nos miramos durante un rato, bajando la cabeza y riéndonos como si fuéramos idiotas. La verdad es que en ese momento lo parecíamos, desde luego, pero a ver quién era la guapa que me bajaba de mi nube.

Aunque para guapa, la que tenía enfrente, la que tenía la caja que llevaba persiguiendo dos días por mi bloque.

–Oye, ¿nos sentamos? Aunque sea aquí en el portal.

–Sí, sí, claro –me dijo mientras me dejaba la caja y se acomodaba en los escalones de piedra–. Oye, perdona por lo de la caja, ¿eh? Es que me lo acaba de dar mi ex...

–Espera, ¿qué? –la interrumpí–. ¿Me estás diciendo que tu ex es la pava que me robó las camisetas?

–Visto lo visto, sí.

–Mira que les tengo dicho a los de la mensajería que por favor, por favor, si no estoy en casa, que me dejen un recibo y voy a por las cosas a la tienda. Pero ni caso, eh, ni putito caso.

–La verdad es que tiene delito, sí... –Me miró de tal manera que me derretí. Hubiera accedido a cualquier cosa que me pidiera en ese momento, como si implicaba sacarme los órganos–. ¿Te apetece si vamos a tomarnos una cerveza por aquí?

–Ay, sí, vamos. Pero dame un momento que dejo esto en casa, que no quiero ir cargada con todo esto por La Latina, la verdad.

–Te espero aquí fuera. –Sus rizos y su sonrisa se despidieron de mí momentáneamente mientras entraba a mi casa.

Me costó encontrar las llaves en el bolso, y eso que era pequeño, pero todavía me costó más atinar. ¿Quién era esta tía y por qué la vida me la acababa de colocar delante de mi cara? ¿Qué clase de milagro divino había ocurrido para que yo, Luisita Gómez, se acabara de encontrar con semejante diosa en el portal de su casa, y además con algo que creía perdido? Le estaba cayendo muy bien a alguien y estaba claro que no iba a durar mucho, porque lo de ser pringada lo llevo en la sangre. Pero tenía que aprovechar la oportunidad que me estaba planteando la vida en ese preciso instante.

Dejé todo en casa de la manera más apresurada que pude y salí de nuevo a su encuentro. Allí estaba ella, mirando el móvil, sentada en el portal, totalmente ensimismada.

–Oye, hola, que ya he vuelto –dije suavemente, sobresaltándola un poco–. ¿Te apetece ir a uno que está cerca de aquí?

–Sí, claro, cualquier sitio está bien.

Se levantó y me sonrió mientras comenzábamos a caminar hacia uno de los bares de la plaza, uno de mis favoritos. Era pequeño, un poco bastante anticuado -como yo, vaya- pero los camareros me conocían ya bastante bien y solía ir mucho a tomarme un vinito o a desayunar.

–Qué sitio tan pintoresco y mono –murmuró Amelia nada más entrar por la puerta. Mi cabeza empezó a pensar que la había llevado a un sitio cutre y horrible y se iba a pensar que era una paleta. Como siempre, yo, Luisita Gómez, cagándola desde el minuto cero.

Hablarán de ti y de míWhere stories live. Discover now