Una campana en el bosque

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A Elbereth! Gilthoniel!
silivren penna míriel
o menel aglar elenath!
Na-chaered palan-díriel
o galadhremmin ennorath,
Fanuilos, le linnathon
nef aear, sí nef aearon!

¡O Elbereth! ¡Prendedora de estrellas!
blanca deslumbrante, bajando, centelleando como una joya,
¡la gloria de la hueste celestial!
Habiendo mirado fijamente lejos
desde las tierras tejidas de árboles de la Tierra Media,
a vos,
La Eternamente Blanca, te cantaré,
desde este lado de la mar, ¡acá en este lado del océano!-

Una voz clara resonaba en el bosque oscuro, atravesó el negro miasma y traspasó el corazón del   elfo. No recordaba cuando había escuchado un sonido tan diáfano y hermoso como la que esa suplica traía a sus oídos, mas le conmovió y lo obligó a lanzarse sin pensarlo en una carrera desenfrenada entre las ramas, antes de ser consciente de movimiento, pues había comprendido la urgencia del llamado. Al acercarse tensó su arco atento, el resto de la guardia fielmente le había seguido sin mediar un susurro. Las aberrantes arañas al parecer habían salido de caza. La presa yacía inerte en el piso y las pinzas se acercaban certeras en su danza para envolverla en sus finos hilos. El corazón de Legolas se llenó de ira pues al parecer había llegado tarde, la voz había sido acallada por las bestias de Morgoth. El elfo con una orden silenciosa hizo resonar la cuerda de la venganza, las fechas de su arco y las de su gente diezmaron en pocos minutos con mortal eficacia el alito infecto de las alimañas. Tras enterrar sus dagas en la panza de la última de las bestias, el joven elfo con gesto contrito se acercó al cuerpo de la víctima. Al menos un entierro se merecería. La liberó de las telas y la observó. Era una mujer, parecía una humana de cabellos grises entreverados en una larga trenza. Su rostro pálido de rasgos gastados aún  mostraban ser nobles y hermosos como pocos incluso entre los eldar. Las facciones estaban relajadas, los miembros largos de marfíl se veían cubiertos de vendas bajo las túnica de un azul profundo y la capa gris raída. Se inclinó y descubrió un desgarrón en su pierna, sangre coagulada en la herida con una baba verde, pero ninguna otra herida aparente. Ya conocía esas heridas. Las arañas le habían  inoculado su veneno. Esto cambiaba las cosas. Exhaló el aire con algo de esperanza y levantó el cuerpo con delicadeza, sorprendido de su ligereza. La mujer no pesaba gran cosa, su cuerpo frágil y liviano como un junco, así como el extraño bastón que llevaba en la mano.

-Me Nanwen ( Retornamos)-Ordenó la retirada al reino prohibido. Llevaba en brazos el cuerpo de la mujer envenenada. Tal vez lograra llegar a tiempo de salvarla-.

- Avan, Heur nin. (Está prohibido, mi señor)- Le advirtió su segundo al mando, Airion, mirando a la mujer mortal en sus brazos. Era cierto. Su padre odiaba a los extranjeros y  negaba la entrada  hasta a los elfos fuera de sus lindes si venían sin su consentimiento.

- Mellon nin, furent bed enni, est maīra.
(Amigo mío, mi corazón me dice que es lo correcto)

Y así diciendo, subió a su caballo y cabalgó raudo entre los senderos secretos hasta las puertas del reino oculto del Rey elfo. Estrechaba en su pecho con el mayor de los cuidados a la anciana mujer que a cada minuto que pasaba respiraba con mayor dificultad.  Curiosidad le causaba la anciana dama. Nunca había visto una humana de tan avanzada edad, tan hermosa ni que soportará el veneno de las arañas sin sucumbir de inmediato. Esta aunque levemente, respiraba todavía. Un aura que no terminaba de reconocer la envolvía. No era élfica, ni  mortal la esencia de la dama que luchaba por mantenerse con vida. Atravesó las  puertas secretas y descabalgó. Bajó con sumo cuidado el cuerpo cual si fuera de  frágil cristal y la llevó sin perder tiempo hasta los aposentos de los sanadores elfos. Anathor, el jefe de los sanadores se ocupó de ella dándole su palabra de hacer todo lo posible. -Lo demás dependía de los Valar- le dijo despidiéndolo. Añadió con gesto severo- El rey elfo ya sabe lo que había traído de los linderos y esperaba su informe en la sala del trono-le reconvino el cortesano. Legolas tragó saliva con preocupación. Su padre de seguro estaría iracundo por su osadía al contravenir sus órdenes. Debía darle explicaciones. Y eso era lo que no tenía, sólo una simple corazonada nacida en el hilo de una canción.  Nada más que un impulso lo había arrastrado hasta el nido infestado de arañas  para salvar a esa anciana mujer.

.............

-¿No has aprendido nada, ion nin?- Le recriminó con voz apenas contenida de malhumor el rey elfo a su hijo.-Antes has traido una tropa de enanos revoltosos, ahora una mujer desconocida te ha embaucado con su voz , quizás sea una hechicera. ¿Acaso no conoces el poder de los magos para saber que sus voces melifluas atraen los peligros y maldiciones para quien los escucha, Legolas?

-Padre, soy consciente del poder de los magos. Más no todos son malvados. Mithrandir siempre ha sido un sabio consejero y el mago pardo, Radagast, aunque algo loco, ha cuidado de las creaturas grandes y pequeñas del bosque desde tiempos inmemoriales. Esta mujer estaba siendo atacada por las bestias corruptas de Sauron, y su voz nada contenía de maligno, fue  como un rayo de Varda que atravesara la oscuridad del bosque, Adar nin. Al menos dadle una oportunidad. Si es que todavia respira. 

-Espero que concozcas las consecuencias de tu despropósito, ion nin. Aunque no sea un espíritu corrompido por Morgoth, puede ser muy problemática si se trata de una hechicera. Mantenedla vigilada. En cuanto despierte la traerás y seré yo quién juzque cuál será su destino-. Sentenció el Rey elfo y sin más despidió a su hijo y capitán de la guardía del norte del reino del Bosque.

-No quiero tener nada que ver con magos ni con enanos- Estos solo traen problemas- Refunfuñó para si mismo el Rey elfo pensando en la terrible  inclinación de su único hijo por el mundo exterior.

La Bruja de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora