Curuni

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No recordaba dónde se encontraba, ni por qué se hallaba allí. Solo una especie de sueño, si sueño fue, muy extraño del cual solo retenía en la mente una frase dicha por una voz muy amada por ella, pero de quien no recordaba el nombre tan siquiera:- Aún no es tiempo mi querida amiga, encuentra a los tuyos- le había dicho y el resonar de esa voz dulce y cristalina le había embalsamado el corazón agrietado por tantos años en soledad. Al abrir los ojos se descubrió sobre una cama mullida. Su cuerpo estaba muy adolorido, cada hueso y artículación gritaban de agonía. Al parecer había sido curada y su cuerpo aseado meticulosamente. No llevaba encima la andrajosa y sucia ropa que llevaba cuando cayó en el bosque, sino una túnica de fina lana azul, su trenza grís estaba límpia y tejida con esmero y su pierna vendada con lino y emplastos de Athelas. Las cicatrices que solía cubrir con vendas en sus brazos estaban cubiertas por una camisilla fina de blanca seda. Cuando intentó levantarse, logró apenas ahogar un gemido.

- Hiril nin, no debería hacer movimientos bruscos por algunos días más. El veneno de las arañas es muy potente y necesitará más tiempo para recuperar la naturalidad de sus movimientos.- Era la voz de Anathor, el sanador real, quien la observaba con curiosidad y se dirigía a ella con atento cuidado.

- Gracias Maese Elfo. - Contestó la anciana tras fijarlo en su mirada aun vacilante por unos segundos.-De seguro le debo la vida, no tengo como agradecérselo. Los Valar sepan recompensar su amabilidad.- Confesó la mujer con sincero aprecio.

- No es a mi a quien debe agradecer, Hiril nin. Quien la ha traido vendrá pronto, pues desea verla antes de llevarla ante el Rey.

-¿Acaso nos encontramos en el reino del boque verde, buen señor? Dedujo la anciana mirando a su alrededor. Las estancias eran acogedoras, sobrías en su elegancia. La penumbra fresca de las paredes en roca tallada con esmero se alargaban en intrincadas bóvedas a modo de frondas de árboles. La luz natural entraba al parecer, por reflección de ocultos espejos iluminándolo todo.

-Así es, Hiril nin. Este es el reino de los elfos del bosque verde, gobernados por Thranduil Oropheion. Ahora me retiro. Ha llegado su verdadero salvador, el príncipe de nuestro reino, mi señor Legolas.- Con esto salió tras realizar una venia hacía el elfo que acababa de entrar al aposento sin hacer ruido.

-Mael govannen, Ioreth (Salve, Señora) .- Saludó el alto elfo con la mano sobre el corazón- Le nathlam hí ( Seaís bienvenida aquí)-.

- Hanna (gracias mi señor), Hur nin-. Respondió con un tartamudeo nervioso la mujer de grises cabellos, arrobada por un largo momento. El joven elfo era muy hermoso. Los elfos en general tenían armoniosos rasgos, pero este le enternecía el corazón tan solo con contemplarlo. Los ojos eran de un azul transparente como el cielo límpido al medio día. El brillo en su mirada era dulce y sonriente, sin afectaciones. Los cabellos dorados, resplandecían con luz solar, sus rasgos perfilados de una nobleza que hablaba de un linaje antiquísimo en los altos nombres de los sindarín. - Nai Eru lye mánata ( Eru te bendiga)- completó con verdadera gratitud y un regocijo desconocido al contemplar por primera vez a su salvador. La luz del elfo la llenaba de un regocijo olvidado.

Legolas la estudió brevemente. La mujer tenía rasgos humanos, pero como el propio Anathar le había advertido, la constitución de este ser en particular escapaba a la de los simples mortales. Una anciana humana común no habría sobrevivido al veneno de las arañas, ni siquiera una elfa se habría recuperado con tal rapidez. ¿Quien sería realmente esta anciana?, se preguntaba. Mas no notaba en ella ninguna maldad. Los ojos oscuros de la dama parecían emanar sinceridad aunque estaban apagados, como si estuviesen velados por angustias sin cuento. Así los rasgos de su rostro, nobles pero gastados como si fuese una estatua antigua que hubiese sobrevivido a edades infinitas contra la intemperie sin perder su belleza.

La Bruja de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora