El lamento de la dama Gris

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Durante toda la entrevista del rey con la mujer, Legolas había permanecido a una buena distancia en respetuoso silencio aguardando la decisión de su padre. Sin embargo, la sensación que le había dejado ese frágil cuerpo no había hecho más que volverse más intenso hasta convertirse en una intención definitiva en su ser: deseaba protegerla, por qué no tenía idea. La dueña de la voz que le había conmovido era un espíritu quebrado ya por su larga peregrinación. Le afligía enormemente la desolación reflejada en los ojos de la hechicera grís.  Más allá de las razones que pudieran existir, era una emoción nueva que habíase arraigado en él y le sobrepasaba. La maldición que la castigaba al olvido de si misma era una condena demasiado terrible en si misma para  dejarla desmoronarse también en soledad. Más temía y respetaba a su padre. ¿Qué podría hacer por ella sin ofender al rey elfo?

Thranduil por su parte, luchaba contra su propios demonios. La lógica y la precaución le reclamaban deshacerse de la dama lo más pronto y lejos posible. Era más que evidente que una hechicera era un peligro para su reino, más una tan extraña como la que tenía al frente. El rey elfo adivinaba en la humana una naturaleza mucho más poderosa de la que aparentaba la endeble figura. Tantos siglos pasados en el mundo y aún yacían en sus ojos  velados un arisbo del poder y sabiduría antiguas. Por otro lado, veíase él mismo reflejado en el sufrimiento de la hechicera, cansado como estaba por la carga de las responsbilidades de la corona y de siglos de guerras, muerte y sufrimiento que soportaba silenciosa y estoicamente en las estancias. Acaso, ¿ella hallaría  un remedio allí donde él mismo no encontraba cura? La ironía no dejaba lugar a dudas. Ya se levantaba para dictar su sentencia  cuando escuchó la voz femenina que se alzaba con una última suplica. La Curuni de cabellos níveos se había levantado con regio porte y ante él ya no vió el espectro de una bruja, ni el de una anciana mortal, la voz poderosa se elevaba, dulce y potente, expandiéndose  por los rincones de las cavernas labradas, así como inundaba su interior helado con un sentimiento de profunda melancolia que no pudo más que sobrepasarlo:

Ai! laurië lantar lassi súrinen, Ay como oro caen las hojas por el viento

yéni únótimë ve rámar aldaron!  largos años innumerables como las alas de los árboles

Yéni ve lintë yuldar avánier  largos años  han pasado así como cambiantes corrientes de aire 

mi oromardi lissë-miruvóreva  del dulce hidromiel en los altos salones más allá del oeste,

Andúnë pella, Vardo tellumar debajo de las bóvedas azules de Varda

nu luini yassen tintilar i eleni en donde las estrellas tiemblan

ómaryo airetári-lírinen. en la canción de su voz, santa y reina.

Sí man i yulma nin enquantuva?  ¿Quién me volverá a llenar la copa ahora?

An sí Tintallë Varda Oiolossëo
por ahora  el Kindler, Varda, la reina de las estrellas, 
ve fanyar máryat Elentári ortanë desde las montañas nubladas ha levantado sus manos como nubes

ar ilyë tier undulávë lumbulë y todos los caminos se ahogan en la sombra;

ar sindanóriello caita mornië  y fuera de un país gris la oscuridad para siempre.

Sí vanwa ná, Rómello vanwa, Valimar! ¡Ahora perdido, perdido para los del Este está Valimar!

Namárië! Nai hiruvalyë Valimar!  adios, tal vez tú  encuentres Valimar!
  
Nai elyë hiruva! Namárië! Tal vez tú logres encontrarlo, adios.

Un manto de silencio se extendió por las estancias reales, pues tan grande como era la congoja que brotó  en el alma de todos los oyentes, como resplandeciente fue el timbre final que les dejó la última nota, con  ligereza aliviaba la tristeza que suscitaba. Dolor y balsamo era la voz de la hechicera. Tan sorprendido quedó el rey Elfo y sobrepasado por sus propios sentimientos que habían escapado de su jaula tan inesperadamente que calló largo rato, tratando de sosegarlos de nuevo. Solo una alta dama en las estancias de Doriath antes de la terrible tragedia, había alcanzado una hazaña semejante, la legendaria Luthien, hija de Melian la Maia. Mas tanto como estaba seguro de haber perdido su rastro hace muchos soles, así la agitación en su pecho le decía ahora que esta bruja gris que estaba frente a él poseía un  don semejante. 

- Mithren Curuni, Dortha (Bruja gris, permeneced) - Finalmente resolvió el Rey elfo sin agregar mayor explicación. Lo vencía por el momento la curiosidad. Quería averiguar la naturaleza de la bruja. Luego llamó a su hijo, quien había contenido la respiración sin saberlo hasta que escuchó que le llamaba.

-Ha, Anar nin-(si, mi señor)

- Ella debe  permanecer vigilada. No tiene permitido salir de las estancias ni de la casa de sanación sin mi permiso. 

-Hana, Anar nin- Con una venia la anciana mujer apenas tartamudeó el agradecimiento. Aun no podría creer que el inflexible rey le hubiera permitido quedarse.

-No me lo agradezcas aun Bruja gris, podría cambiar de parecer, y ordenar matarte en cualquier momento. - Sentenció el dorado elfo  retirándose a sus aposentos reales, no si antes recalcar la terrible sentencia fijándola un momento  con sus pupilas de hielo.






La Bruja de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora