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Me llamo Juan y vivo en las montañas de Guatemala. Hay tres enormes volcanes cerca de mi pueblo, que se llama San Pablo y que está rodeado de montes escarpados. En las empinadas laderas hay campos muy verdes: son las plantaciones de maíz, ajos y cebollas.

En los valles, los frutos rojos de los cafetales maduran a la sombra de grandes árboles.

Hay muchas flores en mi pueblo y muchas aves: águilas, oropéndolas, búhos, picaflores y bandadas de loros que se lanzan desde los árboles para robar nuestro maíz parloteando en esa lengua suya que solo ellos entienden. 

San Pablo está al borde de un lago y hay otros solo siete pueblos en sus orillas, alrededor de él. La gente va de un pueblo a otro en lanchas con motos o en canoa. Hay una carretera, pero no es buena.

Nunca he ido a los otros pueblos, siempre eh estado en San Pablo. En las noches tranquilas me gusta bajar hasta la orilla del lago y mirar las luces de las lanchas de los pescadores que se reflejan en las aguas oscuras. 

Veo también las luce de los pueblos que están al otro lado del lago y los miles de estrellas que brillan allá arriba en el cielo. Y me parece como si cada una de estas luces me estuviera diciendo: <<No estás solo. Nosotras estamos aquí contigo>>.

En San Pablo hay perros sin amos y polvo en las calles, muy pocos coches y solo algunos autobuses que vienen de las grandes ciudades; hay unas pocas muías que acarrean leña desde las montañas y hay mucha gente que también acarrea cosas: cántaros de agua, grandes cesto de pan o de verduras colocadas en la cabeza, niños sujetos a la espalda y, algunas veces, hasta pesadas vigas de madera llevadas al hombro. Todo lo que necesita transportar. Como no hay muchos coches, si alguien quiere algo tiene que cargar con ello por muy pesado que sea. 

Cuando llega la noche las gentes dejan de acarrear cosas; a esa hora salen de casa sólo para pasear por el pueblo, divertirse, contar historias y charlar con los amigos. Todo el mundo anda por las calles, por el centro de las calles, y si un coche llega cuando alguien está hablando de algo interesante o contando una buena historia, pues el coche tiene que esperar, porque nadie se apartará para dejarle paso hasta que la historia se termine.

Aquí las historias son importantes; los coches, no. 

Junto a la playa hay algo que es de verdad muy muy bonito; es una casa de un solo piso, pero muy grande, con muchas ventanas; está rodeada de flores y palmeras y tiene pavos reales andando por el césped y una puerta de hierro por la que se sale di...

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Junto a la playa hay algo que es de verdad muy muy bonito; es una casa de un solo piso, pero muy grande, con muchas ventanas; está rodeada de flores y palmeras y tiene pavos reales andando por el césped y una puerta de hierro por la que se sale directamente al lago.

Allí nací yo. Bueno, la verdad es que yo nací en una casita que hay detrás de la casa grande. Mi padre era el guardia de la casa grande, y a él y a mi madre le habían dejado la casa pequeña para que vivieran. Después de nacer yo, mi padre quería salir por las noches con sus amigos, igual que lo hacía cuando no estaba casado con mi madre, y mi madre le decía que no tenían suficiente dinero para eso, así que se pelearon y un día mi padre se marchó.

Me contaron que tomo el autobús y se fue a la capital, que no está muy lejos. Nunca volvió para vernos a mi madre o a mi. La verdad es que yo no me acuerdo más de los pavos reales que andaban por el césped de la casa donde vivíamos que de mi padre.

Cuando mi padre se marchó, los dueños de la casa contrataron a otro guardia y, claro, quisieron que viviera en nuestra casita, así que mi madre tuvo que marcharse. Sólo tenía diecisiete años y nada de dinero, ni sabía cómo iba a poder cuidar de mí, así que ella y yo nos fuimos a la casa de mi abuela.

El abuelo se murió hace ya mucho tiempo, pero, por suerte, la abuela no es pobre. tiene una casa hecha de bloques de cemento, las ventanas no tienen cristales, pero tienen puertecillas de maderas que la abuela cierra por las noches o cuando llueve. La casa tiene cuatro habitaciones y en las paredes de los cuatro cuelgan muchos cuadros que ha pintado mi tío Miguel; son muy bonitos y el dice que algún día los venderá.

En la parte de afuera, la abuela tiene claramente que a ella le gustaría que la gente no tardase tanto en arreglar sus cosas y marcharse.

La abuela se gana la vida vendiendo arroz con leche en el mercado grande, donde la gente va cada día a comprar cosas para comer. El arroz con leche que hace la abuela es especial no se come con cuchara, se bebe caliente en un vaso. Es un líquido espeso y dulce, y le pone mucha canela. Nadie en el pueblo sabe hacer un arroz con leche como el de; la abuela. Se levanta a las cinco de la mañana para empezar a hacerlo ha hecho esto mismo casi todos los días de su vida desde que tenia trece años. 

Cuando nos vinimos a vivir con la abuela, yo dormía en la misma cama que mi madre y me despertaba cada mañana oyendo ruidos que hacían los que se estaban levantando.

Oía a tío Miguel que murmuraba entre dientes: 

Oía a tío Miguel que murmuraba entre dientes: 

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-¿Dónde está mi zapato, mi zapato, mi zapato...?

Y a mi tía María que regañaba a su hijo Carlitos:

-¿Otra vez te has meado en la cama?

Y a Angélica, la regordeta hija pequeña de mi tía Tina, que lloraba porque no quería meterse a la ducha.

Y me llegaba el olor de la leña quemándose en la cocina, y con el arroz con leche hirviendo en el caldero grande ahumado, y el de las tortillas que estaban haciéndose para el desayuno. Entonces mi madre y yo nos levantábamos y nos íbamos con nuestras toallas porque era nuestro turno de usar la ducha.

La abuela tiene agua corriente en su casa, pero la mayoría del pueblo no la tiene. Ella dice que la necesita para mantener su negocio de arroz con leche; pero en la casa de la abuela no hay electricidad ni agua caliente. Dice que la electricidad y el agua caliente son cosas caras y no necesarias.

El lugar más bonito del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora