LUIS

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Domingo 6 de julio - 17h00

Con mi último aliento lanzo el balón desde la línea de tres puntos. Pasa una eternidad desde que deja mis manos y entra con un golpe limpio en la canasta.

A mi alrededor todo el equipo festeja nuestro mísero juego ganado, y el perdedor debe invitar un combo del asadero de pollo local a cada jugador del equipo contrario. Yo no celebro y mi expresión lo delata. No quería jugar contra Aarón. Mejor dicho, no me gusta jugar con personas que no saben perder. A regañadientes y asesinándonos con la mirada, avanza sin decir una palabra por la puerta que da a la calle.

—¿Ves cómo se pudre en coraje? —me susurra Carlos mientras cruzamos hacia la puerta para salir al bloque en donde se encuentra el restaurante. No respondo ni hago ademán de nada, solo avanzo.

Los demás que estaban esperando su turno para ocupar la cancha celebran que nos vamos y tomo el pequeño bolso para seguir a los demás jugadores. Tengo una sensación extraña al ir con ellos. Quisiera quedarme, pero no me emociona aguantar el sermón que Carlos me daría y cierro la boca.

Aarón y yo no nos llevamos bien, incluso llevarse es un término bastante optimista. Bueno, no podría llevarme bien con el hijo de la persona que levantó y bajó la cuchilla sobre los brazos y piernas de mi padre para que luego muriera desangrado. Yo tampoco le agrado, lo cual está bien para mí, porque no me importa. Él siempre que puede está fastidiándome y recordándome que mi padre murió teniendo su merecido, por ser un ladrón. Dentro de mí me inunda la culpa de saber que aquello no fue así cada vez que lo escucho.

Luego de un minuto cruzamos la puerta del lugar. Agarro fuerte mi bolsa mientras avanzo con cuidado dentro del local. Qué tonto soy, se supone que ya nadie roba. Aquí está fresco y huele a pollo recién cocinado y lleno de grasa. Es de los pocos lugares bonitos que se encuentra en nuestro sector y Carlos se está regodeando en su victoria y, sin pensarlo demasiado, pide un combo enorme y costoso. Los del otro equipo nos aconsejan a los demás no abusar de nuestra suerte. En nuestro barrio nadie se puede pagar algo grande y que valga la pena. Por eso, invitar una comida aquí fue una mala apuesta por parte de todos. Yo, por ejemplo, no estaba de acuerdo con eso.

Aarón pide el combo más pequeño para mí y no me quejo. De no ser porque no he probado esto desde hace meses ya me hubiera ido a seguir jugando con gente de la que sí quiero estar rodeado.

Cuando mi padre fue castigado ambos éramos muy pequeños. Yo no dejaba de llorar y él estaba del otro lado de la multitud que observaba con horror la escena. Él fue de los primeros castigados, luego del primer terremoto, o, como dicen algunos, el segundo. Nuestras miradas se cruzaron por una milésima de segundo y pude ver que sonreía. Sonreía mientras su padre le quitaba la vida al mío.

Sonreía por lo que acababa de ver, mientras que yo no sabía de dónde más sacar lágrimas y rogar.

Varios minutos después de ordenar nos sentamos en una de las mesas en la planta alta. Carlos empieza a hablar de varios temas a los que no presto atención porque no pienso quitar mi mirada que está fija con la de Aarón. Está provocándome, pero no pierdo el juicio y no hago nada.

Luego empiezan a hablar acerca del tema favorito de todos los que no están cerca de la mesa sangrienta: los nuevos castigados, los mancos. Hoy solo hubo mancos. Es tan normal hoy en día, incluso para los que hace años lo condenaba. Ellos ya no están. Nadie presta atención al suburbio. No aparecemos en las noticias desde hace meses, por no decir años. Somos una anarquía dentro de una sociedad de mierda.

—Luis —interrumpe con fuerte voz Aarón y salgo de mi ensimismamiento.

Abro más los ojos.

—¿Qué pasa? —expreso mi irritación al escucharlo. Se ha quitado la gorra negra que siempre usa y me clava sus ojos negros con el ceño fruncido.

No robarásWhere stories live. Discover now