Capítulo 24

506 60 2
                                    

Erick

El sonido era atronador y mucho más intenso conforme avanzábamos hacia la zona de batalla. Sentíamos el miedo, pero por suerte no nos había paralizado. Ninguno de mis hombres, yo incluido, habíamos formado parte de una batalla real. Practicábamos para ello, sin embargo, sabíamos que no había daño real posible. Ahora, con las tropas de mi padre casi extintas por la magia de Rubí solo éramos unos jóvenes enfrentándonos al peligro de lo desconocido.

No era fácil averiguar quién podía estar atacando el pueblo. Como poco era inusual que expoliaran una aldea que apenas tenía para vivir y ni si quiera habían intentado acercarse al castillo. El escudo de mi madre soltaba una luz cegadora y un estallido, rompiéndose en mil pedazos. No tenía ni idea de cómo habían logrado hacerlo, pero estaba claro que lo que nos esperaba más allá no era humano.

Podríamos haber tenido más oportunidades con Rubí a nuestro lado. Sabía que habría muchas más bajas por mi decisión egoísta de dejarla atrás. De ninguna manera iba a llevarla hasta allí, no cuando estaba exhausta y casi sin fuerzas. No me arriesgaría a que la oscuridad se la llevara. Lo mejor que podía hacer era quedarse en el refugio.

Me recoloqué la escasa armadura que llevaba y me aseguré de que no me faltaba armamento. Miré a mis compañeros. Esa podría ser la última vez que viera a muchos de ellos, puede que incluso la última vez que me vieran ellos a mí. Inspiré. Debía parecer lo más calmado posible, no podía permitirme que me vieran asustado. Si notaban un atisbo de duda o debilidad en mí, lo más seguro es que salieran corriendo de vuelta a sus respectivas habitaciones para encerrarse allí hasta que todo pasara. No los culpaba, la idea de volver con Rubí era más que tentadora.

Cuando cruzamos hacia el pueblo nos chocamos unos contra otros intentando digerir lo que estaba pasando. Un humo espeso había inundado el lugar. No se podía ver ni donde poníamos los pies. Tosí. La nube gris penetraba en mis pulmones haciéndolos arder. Un hilo de sangre descendió por mi labio inferior.

Me tapé la nariz y la boca con el brazo, arrastrando los pies para no tropezar. Las casas, los comercios y los árboles cercanos estaban sumidos en las llamas. La gente corría despavorida de un enemigo que por ahora era invisible a nuestros ojos. Algunos se hacían a un lado al vernos, pero la mayoría solo quería salvarse a si mismo y a la gente que le importaba.

Nuestros sentidos se fueron acostumbrando y pronto pudimos ver varias figuras destrozando todo lo que encontraban a su paso. Eran hombres normales, con la salvedad que menos por un trapo en sus genitales iban desnudos. No encontraba sentido a su comportamiento. Se dedicaban a desvalijar y quemar cosas, pero no herían a la gente a menos que no se interpusieran en su camino. Solo eran mulos de carga concentrados en la tarea que debían terminar.

El pensamiento fugaz dirigido a su extraño comportamiento quedó aplastado por el deseo irrefrenable de defender a mi pueblo. Daba igual lo que quisieran, o por qué lo hicieran, lo importante es que este aún seguía siendo mi reino y no dejaría que lo destrozaran.

Desenvainé la espada y fui corriendo hasta uno de ellos. Los demás siguieron mi ejemplo y encontraron varios objetivos a los que atacar. Nuestra intrusión los pilló desprevenidos. Sus primeros golpes fueron algo torpes, pero aquello solo duró unos segundos. Eran guerreros entrenados, mucho mejor de lo que lo estábamos nosotros. Resistí el acero de mi contrincante lo mejor que pude. Muchos de mis compañeros no tuvieron la misma suerte. Escupí, viendo como el suelo se cubría de sangre. El humo nos afectaba demasiado.

El filo de su arma me rozó el pecho, rompiendo la camisa y dejando una línea curva e mi piel que no tardó mucho en empezar a sangrar. Me mareé. Eso había estado demasiado cerca. Ataqué con las fuerzas que me quedaban. No iba a permitirme morir esa noche. Volvería a casa y cumpliría mi promesa.

Hielo o fuego [Saga Centenarios I.] ✅Where stories live. Discover now