Nuestra casa.

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Mi asesora de moda es un encanto. Sería extremadamente divertido de no ser porque me ha pillado de bajón.
Sara viene hacia mí con otros dos percheros llenos de prendas, y ya van ocho.
Christian es un exagerado.
Me han asignado una habitación que es como dos veces el salón de mi casa. A un lado hay tres percheros con un letrero cada uno. Prada, Gucci y Louis Vuitton. Todo prendas espectaculares y fabulosas a las que en este momento no les estoy prestando mucha atención.
Mi teléfono suena y es Christian.

-Dime, Christian. -Mi voz no puede estar impregnada con menos entusiasmo.

-Oh, ¿mi pajarillo está triste?

-No tiene gracia -suspiro-. Me has complicado las cosas en el trabajo.

-Que digan lo que quieran.
Suspiro abatida.

-Dirán de todo. Ya no valorarán mi trabajo, solo seré la puta del jefe, ya... -Mi voz se rompe.

-Mataré a quien diga eso, nena -dice con ternura. Me sorbo la nariz.

-Para ti es fácil decirlo. Nadie lo dirá contigo delante, nadie se opondrá a lo que tú digas, pero yo siempre seré la que se acuesta con el jefe. -Me masajeo los ojos.

-Ana, eres una profesional excelente y mucho más que eso para mí y lo sabes.
Pues demuéstramelo. Pienso.

-Tengo que colgar. -Termino diciendo abatida y me sorbo la nariz.

-Pajarillo, te juro que me estás rompiendo el corazón. -Me encoge el alma sus palabras llenas de angustia-. Espérame ahí, voy a recogerte.

-No, ya he terminado. Me voy -le digo.

- ¿Ya? -Suspiro pesadamente-. Ve a casa entonces. Allí te veo.
Asiento sin entusiasmo.

-Vale -susurro.

-N... -cuelgo el teléfono dejándole con la palabra en la boca.
Me pongo de pie y escojo cuatro o cinco prendas de verano de cada uno de los percheros para el viaje, algunos conjuntos para el trabajo. Y listo.
Salgo afuera, dónde Sara me espera y se las tiendo con una sonrisa.

-Sara, solo me llevaré esto. -Le paso las prendas y ella decide no decir nada y quedarse con su expresión perpleja.
Quiero irme ya de aquí.

Luke me deja en el parking del edificio y subo en el ascensor hasta el ático de Christian. Al entrar, su asistenta me recibe con una repugnante cara de asco.

-Buenas tardes, Susana -le digo amable y ella me ignora-. ¿Está ya la caldera arreglada? -pregunto siguiéndola hasta la cocina pero ella me ignora.
Dejo mi bolso en el taburete y voy hacia el frigorífico. Rápidamente veo lo que necesito. Vino.
Cojo una copa de un armario y tiro dos hileras de ellas.

- ¡¿Pero qué haces, estúpida?! -me grita.

-Ha sido sin querer, yo... -respiro hondo entrecortadamente casi echándome a llorar.

-Eres tonta. -Tiro la botella de vino al suelo-. ¡Fuera de mi cocina ya!
Salgo corriendo y me topo con Christian que me rodea con sus brazos y yo escondo la cabeza en el hueco de su cuello sollozando.

- ¡¿Qué coño estás haciendo, Susana?! -le grita y yo me encojo entre sus brazos. Me acaricia con cariño la espalda pese a que está muy cabreado.

-Señor, mire lo que ha hecho en la cocina -le dice ella con maldad.
Levanto la cabeza y miro a Christian con los ojos llenos de lágrimas.

-Lo siento, lo siento, es que estoy muy nerviosa y... -Acuna mi cara con los ojos enternecidos y me besa. Me agarro a su camisa con manos temblorosas-. Perdóname -susurro contra sus labios.

Cisne blancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora