Parte 8

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Los días pasaron y a Emma casi se le había olvidado totalmente la situación que los había llevado ahí. Estaba más relajada porque Regina le había ahorrado los detalles del juicio que había comenzado algunos días antes. Regina se mantenía regularmente al corriente, y por lo que ella sabía, Emma no tenía necesidad, de momento, de subir al estrado. Los diferentes testimonios eran lo suficientemente acusatorios para dejar de lado el de Emma. De todas maneras, habría sido inútil que ella testificara: no sabía gran cosa de los chanchullos de su marido cuando se pasaba noche y día encerrada en la mansión con el único fin de criar a su hijo. Él no le decía nada, no le enseñaba nada y con mucha probabilidad ella no estaría al corriente de todos sus negocios.

Regina sabía que Emma se estaba recuperando despacio, pero con seguridad ahí, en la isla de Kodiac. Así que para que hablar de su vida anterior y de su marido, pronto ex marido.

Los días transcurrían con tranquilidad. Poco a poco se aclimataban en el pueblo, con sus habitantes. Henry también se estaba habituando. Había pedido ir a visitar la escuela de la isla y aunque no estaba matriculado, la maestra había consentido en dejarlo participar en la clase.

―¿Puedo volver a pedir pasta?

―Faltan algunas cosas...―anunció Regina

―Por favor―volvió a añadir Henry

Emma sonrió. Henry y Regina habían desarrollado una complicidad que a ella la tranquilizaba. Regina podría protegerlo, si algo pasara. Su complicidad era tal que pasaban el tiempo, cuando Henry no iba al cole, construyendo el fuerte del pequeño.

―Hey, mamá, ¿sabes qué?

―¿Qué?

―¡Regina y yo casi hemos acabado el fuerte!

―¿Ah sí? ¿Eso quiere decir que finalmente voy a poder verlo?

―¡Síiiii, pronto! ¿No, Regina?

―Sí, pronto―aseguró Regina

Entonces, el teléfono de la bella morena sonó y Regina y Emma intercambiaron una mirada de sorpresa: nadie, a parte del jefe de Regina, estaba al corriente de ese número. Así que, cuando llamaban, se trataba siempre y esencialmente de la misión.

―Perdonadme

Regina se levantó de la mesa y respondió a la llamada un poco alejada.

―¿Diga?

Agente Mills, soy Glass

―Jefe, ¿qué hay de nuevo?

No tengo buenas noticias...

―¿Va mal el juicio?

Ya no hay juicio

―¿Qué? Pero, ¿por qué?

Al escuchar que la voz de Regina se elevaba, Emma se giró hacia ella y frunció el ceño.

―¿Qué pasa mamá?

―Nada, cariño, acaba la comida, ya vengo

Emma se acercó a Regina que acababa de colgar, una expresión seria en su rostro.

―Hey...¿Algún problema?

Pero cuando Regina puso su mirada sobre ella, Emma se inquietó: Regina enarbolaba una expresión seria, casi asustada. Emma jamás la había visto así.

―¿Regina?

―Ven acá― Regina la condujo a la cocina, lejos de los oídos indiscretos del pequeño ―No te asustes

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