3. El Príncipe

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Alguna vez, en la Capital Suprema de Cenadze, el gobierno funcionaba de la misma manera de la que alguna vez ha funcionado aquel de las ciudades más antiguas y épicas, ciudades de las cuales se hablaba en los libros de historia, como Roma o Egipto. Alguna vez, en Cenadze, el gobierno fue una monarquía.

Hubo una vez en la que Cenadze tuvo rey.

No sólo era el rey más poderoso del que se hablara en el mundo signi, sino que también eran los seres más mágicos y especiales de todo el mundo. Su sangre era tan mágica, pura y perfecta que los reyes de otras capitales y ciudades luchaban con dureza por obtenerla. Corrían leyendas y rumores sobre ella, sobre cómo beberla te volvería inmortal, muy veloz, o te dotaría de habilidades mentales nunca antes vistas; cómo con ellas podías preparar pociones para la buena fortuna que harían que tu familia no sufriera hambrunas ni pobreza durante veinte generaciones; cómo dejándola caer sobre diversos símbolos encantaría la tierra sobre la que cayó haciéndola más fértil o provocando que atrajera mujeres hermosas y aventureros con bolsillos llenos para que tu posada siempre estuviera bien abastecida de clientela y dinero. En fin, corrían tantos rumores sobre esa sangre que llegó a considerarse, incluso, que era peligrosa.

El Magistrado Winfried era, por así decirlo, el gobernante absoluto de Cenadze y de todo el mundo signi. No sólo porque había ganado las elecciones de la Corte Suprema y de los Señores de Guerra, sino porque, a través de su sangre, corría la sangre real de Cenadze. Era el líder idóneo porque su sangre era pura y azul como ninguna otra del mundo actual.

Era el heredero del trono, aquel a quien la capital pertenecía por derecho, y por obra del a veces bienaventurado destino fue que llegó a recuperarlo.

El apellido de Winfried, Helgen, era una derivación de cientos del apellido real que alguna vez gobernó con mano de hierro el mundo signi. Originalmente los creadores del imperio de Cenadze, aquellos quienes se encargaron de elevar esa gigantesca isla sobre la tierra, en el cielo, llevaban por apellido Häel-Gyäen, que significaba corazón de cristal sadii. Los Häel-Gyäen eran una familia orgullosa, hechizada y que gozaba de buena fortuna, y fue gracias al inmenso orgullo y tenacidad que se tenían entre sí y ante sus allegados que comenzó a separarse.

Debido a diversas disputas y discusiones entre la familia, los miembros fueron separándose. Algunos viajaron hacia el norte, hacia Islandia, otros hacia el sur, en África, y algunos otros viajaron a Asia y a América. Para inicios del último periodo monárquico de Cenadze, hace unas cuantas centurias, el apellido había evolucionado y adquirido muchas variantes distintas. Aquellos que viajaron al norte de Europa eran los Haelgyaen; los que vivían en Norteamérica eran conocidos como Halgin; los de Sudamérica como Jilguen; los de Asia como Haeru-Yen; en África como Hal-Dyan; y los que se quedaron en Cenadze fueron cambiando su apellido con el paso de los años, mientras evolucionaban las lenguas. Con el cambio de la lengua sadii el apellido fue adquiriendo sonidos guturales nuevos y una nueva escritura, pero debido a la forma lenta en la que esta comenzaba a extinguirse y desaparecer, el apellido fue cada vez volviéndose más sencillo de pronunciar y escribir para las lenguas del mundo moderno. Pronto Häel-Gyäen se volvió Haelgyen, luego Haelgen, y al final quedó sólo Helgen. Para cuando habían pasado poco más de doscientos años desde el último rey (quien lo usaba como Haelgyen), el apellido era Helgen.

Por lo tanto era de esperarse que nadie recordara, salvo algunos historiadores expertos y alguna que otra persona culta y eruditos, que Helgen era, en realidad, una versión moderna del apellido que alguna vez llevó el trono de Cenadze. No, Helgen fue alguna vez el apellido que gobernó Cenadze por poco más de dos milenios, hasta que se estableció como una Capital democrática, en las 16 Centurias Lunares de Cenadze.

El Príncipe de la Ciudad del CieloWhere stories live. Discover now