6. Decisiones

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El turno de Dharmas estaba por terminar, cuando de pronto, el último día de octubre, escuchó fuertes gritos que provenían del bosque.

Se encontraba rodeado de árboles altos, frondosos e imponentes, con el tronco envuelto por una capa verdosa. Además de los árboles y de la tierra y la delgada capa de césped a sus pies, sólo había penumbra. El ulular de las lechuzas y el tenue ruido de los animales nocturnos hacía eco entre los árboles, la maleza y los arbustos.

El primer grito casi pasaba desapercibido, pero fue lo suficientemente fuerte y titilante para sacar a Dharmas de su ensimismamiento, transformándolo de un joven con muchas cosas en la cabeza a un hombre bien entrenado para la supervivencia. Aguzó los oídos, preparado para cualquier cosa, mucho más alerta que asustado.

Tomó uno de sus cuchillos de su uniforme, poniéndose en posición de defensa al instante, como un rayo. De pronto todos los ruidos que escuchaba pasaron a un segundo plano, y el sentido auditivo de Dharmas sólo escuchaba los latidos de su corazón. Dio un paso, con lentitud.

Otro grito, seguido de una bandada de murciélagos que volaron por entre las ramas de los árboles, asustados. No había nada más; ni una luz, ningún resplandor. Sólo las secuelas de un grito tragado por el bosque.

Dharmas avanzó, a paso tranquilo, y Zaroth apareció, detrás de él.

—Doscientos metros al norte —le murmuró.

Dharmas asintió, se agachó un poco y se encaminó, siguiendo las direcciones de Zaroth.

Llegó a un claro en medio del bosque, iluminado por la tenue y resquebrajada luz de la luna que brillaba detrás de una montaña. Se detuvo en los límites, dentro del bosque, para analizar la situación bien antes de actuar. Había un hombre parado, casi oculto, pero apenas visible por el tenue manto de luz de luna que caía sobre él. Estaba observando algo en el suelo y caminaba dando vueltas alrededor de él, de pronto se detuvo.

El joven príncipe acomodó sus piernas, preparado para saltar y atacarlo. Giró su cuchillo.

Hubo un ¡crack!, y una luz verde comenzó a brillar en medio del claro, en la mano del hombre. Era un Intercesor también.

—¡Maldición, Hay! —exclamó Dharmas, saliendo de su escondite, pero sin guardar su cuchillo. Escuchar un grito en la madrugada, en medio de un bosque oscuro, no era algo normal. Además, podía tratarse de algún impostor haciéndose pasar por Hay.

Hay giró la cabeza y miró a Dharmas, sin decir nada. Tenía una media sonrisa en el rostro, lo cual no era del todo habitual en él. Arrojó la bengala verde que tenía en la mano al suelo, y esperó. Observó a Dharmas con curiosidad y, mientras daba un paso de manera muy sigilosa, se escuchó otro sonido no muy lejos de ahí. Hay le indicó a Dharmas que se mantuviera callado con su dedo índice, y tras asentir, el príncipe se quedó en silencio, observando a su compañero.

—¡Identifíquense! —exclamó un Intercesor, rodeado de otros seis.

Aparecieron de la nada, y aunque algunos de ellos portaban armas de fuego, otros les apuntaban con las manos, emanando una fuerte luz blanca de la punta de sus dedos. Estaban preparados para atacarlos.

Hay miró a Dharmas, quien por fin rompió el silencio y exhaló una gran bocanada de aire.

—Somos nosotros. Teniente Parker, Hay Parker, y el capitán Helgen. Dharmas Helgen —Hay miró a los Intercesores. De pronto, su mirada adquirió un aire sombrío, como quien oculta su rostro bajo una capucha en una noche muy oscura, un aire tétrico, lleno de seguridad e imponencia.

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⏰ Last updated: Mar 24, 2020 ⏰

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El Príncipe de la Ciudad del CieloWhere stories live. Discover now