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Yoongi

Sentado en el café al que acudía cada mañana,observaba a la gente pasar.Fijar mi mirada y brindarles eternidad a los pocos y efímeros segundos en los que alguien nuevo pasaba frente al ventanal, era mi pasatiempo favorito.

Recordaba, con melancolía, aquellos años en los que el arte era lo que anhelaba hacer en mi tiempo libre.

La verdad era que había convertido mi disfrute en mi trabajo y se había vuelto mi peor enemigo. La rutina de la pintura me tomó entre sus manos y me usó como a un pequeño títere de madera.El dinero se atrevió a colarse dentro de mí y llegó a la cúspide de mis deseos.

Tomé uno de los libros que tanto había repasado en mi adolescencia y leí.

El café estaba amargo. El aire era gélido porque había comenzado el invierno. Los copos de nieve dibujaban esculturas en el ventanal, la gente hacia ruido. Seoul se ahogaba en el bravo mar de muchedumbre y esas esculturas, las mismas, hermosas, que el cielo había pintado en el vidrio, comenzaban a horrorizarse ante la avaricia y el afán que todas las personas ocultaban tras su maquillaje.

Entendí, al momento de sumergirme en las letras y palabras, el porque de la rutina. El porque del aburrimiento y la repetición. El porqué delo superfluo de algunos vidas.

"el amo es solo amo del esclavo, pero no le pertenece, mientras que el esclavo, en cambio, no solo es el esclavo del amo sino que también le pertenece por entero".

Aunque Aristóteles hubiera escrito eso mucho antes de que Dios enviara a su Hijo a otrogarnos la eterna salvedad, la realidad se adecuaba y seguía las normas y patrones de este antiguo pensador. 

Éramos esclavos de nuestras propias vidas. Le pertenecíamos enteros a nuestras obligaciones y no podíamos hacer más que conformarnos con nuestros derechos.

El arte era mi derecho. La esclavitud por la cual yo había nacido transformo la pintura en mi obligación y, con su potestad, se tomo la libertas de expropiarme la pasión.

El humo de los cigarros de pronto me mostró una figura esbelta. Vestido de traje se acercaba un muchacho. A los pocos metros lo reconocí como mi soporte.

Y es que era inconfundible.

Siempre la pipa en su mano derecha. El periódico bajo el brazo. Ese pequeño y elegante sombrero negro. Sus ojos Celestes se asemejaban al cielo despejado, el cual soplaba y se movía su cabello rubio. Cada día un poquito más señor, más formal y más anticuado.

—Buenos días Yoongi —Se sentó frente a mí y apoyó su antebrazo en la mesa mientras fumaba.

—Hola Namjoon —Sonreí de lado.

Verlo tan serio me estrujaba el corazón. Recordaba las tardes en las calles descoloridas, prometiéndonos a los diez años de edad, pintarlas y volverlas felices.

A los diecisiete años solo habíamos logrado colorear nuestras almas y dibujábamos murales besándonos a escondidas.

¿Adónde había ido a parar toda esa magia de la juventud? ¿Acaso también éramos esclavos del paso del tiempo?

Moríamos cada noche y nacíamos al alba siendo alguien más.

—Estás igual que siempre, ¿no? Intentando escapar de la realidad, viendo personas pasar y evitando tu trabajo, ¿no era lo que más amabas hacer? —sus labios chocaban contra el frío, el humo y el tabaco.

—No tienes el derecho de hablarme así. Tú también amabas el arte y mírate: eres el dueño de una empresa. Metalurgia, Namjoon. Dime tú, ¿cuándo fue la última vez que pintaste un lienzo? 

—Me enseñaron que el dinero es lo único que realmente vale. Además, ¿cuándo fue la última vez que algo te apasionó, Frank? Llevas años pintando paisajes y retratos de mujeres enmarañadas. Debes encontrar algo que te motive a seguir creciendo.

—Crecíamos juntos, ¿lo recuerdas? Nunca volví a sentirme tan pleno.

—Debes encontrar algo que te devuelva la pasión, Frank. Tu vida no es nada sin eso.

Desvié la mirada y me costó aceptar que él tenía la razón. Pero era un esclavo más.

¿Qué podía yo aprender de alguien careciente de su propia libertad?

Fijé mi vista en la ciudad. A través del vidrio recordé el cabello r y los ojos cristalinos que me habían hecho sentir mis latidos unos días antes.

Me pregunté si él era esclavo de algo. 

𝐂𝐄𝐆𝐔𝐄𝐑𝐀 | YoonminWhere stories live. Discover now