CAPÍTULO 3: PERROS

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Shangai, 8 de la mañana de un 17 de mayo de 2019. En un amplio salón de un edificio céntrico de aquella ciudad china, los hombres de más peso en el ámbito económico y político a nivel nacional, se reunían para de una vez por todas poner punto final a la Guerra Comercial con su rival del otro lado del océano: Estados Unidos. Fueron numerosos los ataques y boicots a los avances del gigante asiático en el mercado internacional. China había ya arribado a más de la mitad de los países del globo terráqueo, la otra mitad era pan comido y los norteamericanos eran conocedores de esta situación, de modo que harían hasta lo imposible para detener el avance aplastante de la economía china. Todas las mentes reunidas en ese salón debían idear un plan, lo más minucioso posible, que estudie los más mínimo movimientos de Estados Unidos. Un plan A, uno B, y de ser necesario uno C. Cada uno de estos con un manual de instrucciones que oriente sobre qué hacer en caso de que no todo salga de acuerdo a lo planificado.

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Brown estaba en una de las bancas del comedor. Entre sus manos tenía una pequeña bolsa de pasas de uva. A medida que las tomaba entre sus dedos y pasa por pasa ingresaba en su boca, observaba a través de la ventana como el sol se ocultaba entre las blancas montañas de Alaska. Las últimas nubes de la tarde la despedían vistiéndose de esos últimos rayos que lanzaba, transformándose en un hipnotizante naranja que combinaba perfectamente con el tono del sol en ese instante. Las sombras de las altos árboles retrocedían ante la majestuosidad del astro rey, proyectando gigantescas sombras que se posaban sobre el manto blanco de ese bosque. Sin duda, Brown estaba viendo con sus propios ojos el mismo paisaje que solo veía en televisión o fotografías. Ese momento deseó tener a su esposa al lado.

De repente, la puerta del comedor se abre. Eran los militares haciendo su clásica entrada: exceso de prepotencia. Se dividen en dos grupos, uno en una mesa y el otro en de al lado. Su conversación continuaba, como si estarían seguros de que no era necesario pedir que 'por favor' les traigan la comida. Después de algunos minutos, uno de ellos miro su reloj en la muñeca, giró la cabeza, y con la voz que provenía de un estómago hambriento, gritó: "¿Y dónde está la comida?" Esto fue suficiente para que la puerta que llevaba a la cocina, se abra y salgan algunos platos. Uno por uno se le fue pasando la cena, mientras los científicos y doctores llegaban de a poco.

La cena transcurría entre risas y risas en las mesas de los militares, entre tanto que la mesa de los científicos a penas lograban sacar una palabra. "Qué frío, ¿no?", "Nada mal la comida", fueron algunas de las frases que se puede rescatar. Era como si su conciencia les impedía expulsar algún sonido que comunique algo coherente. De alguna manera, muy en lo profundo de su alma, eran conscientes de que su estadía en ese lugar era con fines perversos. Detenerse en su mirada era para encontrar esa verguenza que muy dentro de si sentían y a gritos decía ¿qué hago aquí? Aún existía cierta humanidad en sus cabezas, la cual luchaba por aún permanecer ahí.

Terminada la cena, cada uno se fue a su respectiva habitación para descansar.

Y así terminaba la primera jornada, la de llegada, para el equipo que debía llevar a cabo el plan más aberrante que una mente humana puede crear. Su única función era hacer realidad lo que hasta ese momento solo estaba registrado en un papel que contenían las firmas del Gobierno de Estados Unidos y Novar, la cadena farmacéutica de alcance mundial, y por detrás, en la siguiente página, el compromiso de cada uno de los científicos y doctores que lo convertirían en una realidad. ¡Manos a la obra!

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- !Bien señores! Justo en este preciso instante, hoy sábado 7 de septiembre de 2019, nuestros científicos comenzarán su arduo trabajo hasta encontrar el arma que nos permita ponerle fin a China y su economía - dijo Sigsby ante representantes del gobierno de Estados Unidos y propietarios de Novar, entre otros representantes del Ejército, la CIA, doctores, y demás multimillonarios dispuestos a dar algo de sus bolsillos para llevar a cabo el plan. Todos se encontraban alrededor de una mesa.

- ¿Cuándo lo podremos ver? - interrumpe uno de los presentes, seguido de algunas tímidas risas.

- ¿No le dijeron?, no lo podremos ver. Ahí esta nuestra ventaja. Nadie lo podrá ver a simple vista. Es un arma invisible pero de gigantescas consecuencias. - respondió el presidente del país.

- Entiendo. Me corrijo. ¿Cuándo estará listo? - dijo el mismo hombre.

- Esperamos que esto se concrete en tres meses. De ahí para adelante, el mundo será nuestro. - Responde con total seguridad Trump, seguido de un murmullo en la habitación.

- Así es. Con lo que crearemos haremos caer gobiernos, países, continentes enteros - contesta Sigsby -. El mundo sucumbirá. En ese mismo instante cuando apareceremos nosotros y mientras el mundo concentre su tiempo y recursos en detener nuestro ataque invisible, nosotros recuperaremos el terreno que los chinos nos quitaron. Solo es cuestión de tiempo. Ellos iniciaron esta guerra, y nosotros la terminaremos a nuestro estilo.

Al escuchar eso, los presentes se miran entre ellos y sueltan una malévola sonrisa que demuestra total confianza en el plan que ellos habían bautizado como Plan V.

- Quiero invitar al doctor Alan Davis, quien es el encargado del grupo que está trabajando en Alaska, para que nos explique mejor como funcionará esto.

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Los ladridos de una jauría de perros despertaron a Peter y a los que se encontraban en el mismo callejón. Al parecer, los desechos de comida de un restaurante cercano, que fueron arrojados en el basurero la noche anterior, fueron el motivo para que los animales comiencen a enfrentarse por lo poco comestible que aún quedaba. Peter abrió los ojos, bostezó y al levantar sus brazos para estirar su cuerpo, sintió una brisa fría. Inmediatamente se volvió a acomodar entre los cartones y bolsas que usaba como cobertores. Las personas a su alrededor al ver que no era suficiente para luchar contra el frío, tomaron algunos periódicos arrojados por el suelo para reforzar su protector contra las inclemencias del clima. Luke era uno de ellos, pero se vio desprotegido cuando Peter le quitó uno de esos diarios y se puso a leerlo.

- Podré olvidar todo, pero jamás perderé la costumbre de tomar un diario y así ser un hombre informado - dijo Peter. - ¿Y para qué?, ¿para que mañana lo olvides? - contestó otro y todos terminaron en risas. Peter hizo caso omiso y continuó con su lectura.

Pese a que era el sábado 7, el único periódico que tenía a su disposición era el de un día anterior. La primera plana del New York Times del viernes 6 de septiembre de 2019, tenía como titular: "Los mercados se disparan por las noticias de las conversaciones de China, pero las esperanzas de progreso son bajas". A medida que bajaba su mirada, se centró en otra parte de la noticia: "Los chinos son cada vez más escépticos sobre el valor de hacer más concesiones, dada su preocupación de que Trump pueda volver a cualquier acuerdo firme. Pero han adoptado un enfoque pragmático, reconociendo que la apertura al diálogo y el compromiso pueden no ayudar mucho, pero ciertamente no puede hacer daño".

De pronto, Bill, quién se encontraba al otro lado de Peter, le arrebató el diario que tan concentrado leía. Con sus dedos sucios, después de desayunar la lata de atún que una noche antes se había encontrado en la calle, tomó las páginas del periódico.

- Dime viejo, ¿qué lees? Me dieron ganar de estar informado también - dijo Bill mientras terminaba de masticar el atún de la lata -. China esto y China aquello, están en todo lado.

- Nada raro que un día despertemos al lado de un restaurante chino. - dijo Luke del otro lado.

- Aunque... saben... no nos vendría nada mal cambiar un poco nuestro menú. Se me antoja saborear un perro chino y dejar de comer la basura de este lugar - acotó Bill, a la vez que miraba el basurero -. Ahora quiero dormir y si uno de estos perros vuelve a ladrar, ya no lo verán más porque me lo tragaré.

- Todo, menos la comida de China - alcanzó a decir Peter.

- Ya duérmete viejo - añadió Bill mientras giraba su cuerpo para dar la espalda a Peter, tratando de encontrar la posición más cómoda entre los cartones y el frío cemento que hacía de colchón.

- Podrías enfermarte si comes algo así - añadió Peter.

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