II

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La calma que me regala la calidez del sol, se pierde con el ocaso. Por las noches, mi ansiedad se alimenta de mis miedos, masticando mi tranquilidad y despertando mi angustia.

Pronto aquella falsa quietud del día, se transforma en desvelos y derroches. Pero no siempre es tan malo.

A veces, cuando el nerviosismo me inquieta demasiado y colapsa mis sentidos; mi lengua se vuelve azúl, y mis pies livianos. La tormenta no se va, pero mi mente se adormece al punto de querer tirarse sobre el abismo, y solo puedo bailar.

Aquel baile del insomnio contagia mi alrededor, moviendo todo al compás de mi agonía. Mis párpados me pesan, casi tanto como el mundo en mis hombros, pero no quiero cerrar los ojos, no quiero sumirme en la oscuridad.

Revoloteo mi alma destrozada a medida que mi alrededor se vuelve cada vez más confuso; se desintegra, se rompe, se derrumba... todo se cae a pedazos.

Entonces mi cuerpo, cansado de no desvanecerse con lo demás, se desploma en la cama. El ruido se apaga y todo se vuelve negro y tranquilo.

El a veces, se vuelve siempre; nunca fue menos en realidad.

Cuando mi cuerpo masacrado se despierta con el día, mis pasos parecen flotar. Todo está tan quieto y tranquilo, y me entran ganas de llorar... pero no lo hago sino hasta que la calidez del sol azul se pierde por el horizonte, y mis lágrimas me ahogan en desvelos y derroches, una vez más.

Alter EgoWhere stories live. Discover now