Stupiders

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En un abrir y cerrar de ojos, el segundo día de clases comienza y me fascina la idea de que los días esten pasando de forma tan veloz. Hoy, martes, sabremos qué clase nos toca, qué materias y los profesores que ya conocíamos se van a presentar en cada aula por si hay una duda con los nuevos, eso significa que no veremos nada de materia más que repaso y algunas preguntas por las vacaciones.

Ayer fue la aburrida incorporación de bachillerato que como ya había mencionado, pasó como un rayo. No tenía ganas de ir, pero este último año todo cuesta puntos, a los cuales es imposible decir no. Cuando desperté, reflexioné sobre aquello y el mal humor que tenía por ver el reloj que nuevamente marca la hora tarde, no importó mucho. Los días vuelan, los días vuelan. Con esa frase de autoapoyo emocional terminé de alistarme, me despedí de mi madre y ella me dio unas monedas para el receso. Tomé el bus y esperé somnolienta el trayecto al colegio.

Este sería mi última rutina que durará un año. Luego, ya por fin, no veré la cara de muchos idiotas o como Lucho y yo decidimos llamarlos: stupiders. Aunque he de confesar que me va a doler no ver a Eva todas las mañanas como estos años lo he estado haciendo; de hecho, no necesariamente verla en clases, sino en todo el lugar, su presencia daba un poco de sentido al aburrimiento y a la cotidianidad que se sufría dentro. Me hacía sentir bien y siempre he pensado que pertenezco donde sea feliz. No me sorprendería que después de unos años de abandonar el colegio, como un despiadado amo abandona a su mascota en medio de la nada, regresaría solo por coincidencia. Bajé del bus y estaba a un pie de la institución cuando siento que dos brazos me sujetan el cuerpo, me cargan salvajemente por la cintura y enseguida me sueltan. Sabía quién era el autor de este drama.

—¡¿Qué carajos te pasa, Lucho?! —le reclamé fuerte, atónita por el susto.

Él aguantaba las ganas de reírse. De seguro tenía el gesto ridículo.

—Uy, siempre te he saludado así, bonita —contestó él.

Y sí, era cierto. Tenía una maña tonta de saludarme haciendo que mi corazón se parara de un susto.

—Tienes suerte de ser tú, animal.

—Al menos no estoy en tu lista. —Coloca uno de sus brazos pesados encima de mi hombro mientras caminamos para los salones.

A su altura, parezco posadera. Esta bestia me gana como por medio metro, yo nunca tuve el prestigio de lucir una silueta alta y musculosa como él, me quedo con el metro sesenta y seis que mido por consecuencia de no haber practicado algún deporte de estiramiento cuando todavía podía crecer un poco más.

—¿Qué clase te toca? —preguntó el cabeza hueca haciendo que mi genio cambiara. No lo tolero, en serio.

—Estudiamos en el mismo salón, animal. —Ruedo los ojos por su absurda pregunta.

—Ah, cierto. Espero que la mujer misteriosa nos deleite con su hermoso cuerpo en la primera hora. —Busqué un lugar para mí, uno tranquilo para poder sentarme en la ventana y recibir un buen viento, pero Lucho me jaló el brazo para ir a otro lugar donde él podía sentarse cómodamente a mi lado y estar cerca de sus amigos a la vez. Continuó—: Voy a ver si puedo tomar algo de ella.

—Pensé que ya lo habías superado.

Dejé mi mochila en mis piernas y me saqué el sueter del colegio. Suspiré renegando por este animal al ver qué tramaba, sin dudar le metí tremendo puñetazo en su hombro. Este tarado iba a tomar fotos a la profesora. Hace un berrinche tal cual un infante, no, tal cual un nonato al no recibir la atención de su madre.

—¡¿Cuál es tu problema?! —me reclama viéndome con ojos brillantes.

—¡Eres un puerco! —respondo un poco exaltada—. ¿Qué tienes con esa mujer? No es la gran cosa.

Alguien tenía que aprender [JULIANTINA]Where stories live. Discover now