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La resiliencia es aceptar tu nueva realidad, incluso si es menos buena de la que tenías antes

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La resiliencia es aceptar tu
nueva realidad, incluso si es
menos buena de la que
tenías antes.

—Elisabeth Edwards

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El mismo guardia abrió la puerta después de lo que pareció ser una eternidad de tiempo y, tomándome por el codo, me sacó de la sala de interrogatorios. Mantuve mi mirada clavada en el suelo durante todo el trayecto, sin decir nada, analítica, hasta que me percaté de que habíamos tomado un camino diferente. Alcé la cabeza al ver que se trataba de una zona con una luz más amarillenta y el techo más bajo, tan bajo que el guardia andaba encorvado.

Tragué saliva al ver lo que empezaba a alzarse frente a mí.

Pronto empecé a ver las primeras celdas, y después aparecieron las personas encerradas mientras que, paulatinamente, una angustia enorme se iba apoderando de mis sentidos. Tenía el pulso por los cielos cuando el hombre corpulento se detuvo frente a una celda completamente vacía y, sin miramientos, me obligó a entrar ahí. Tomó mis muñecas y me liberó de las esposas, metiéndolas después en el bolsillo trasero de su uniforme. Su espalda corpulenta fue lo último que vi antes de que desapareciera a lo largo del pasillo.

Me giré para conocer el lugar, todavía tan confusa por el cúmulo de emociones.

Aprecié una pequeña cama que parecía estar hecha de hierro acomodada en una de las esquinas. Había una minúscula ventana en la parte de arriba del lugar, pero estaba repleta de barrotes, haciendo que la luz que había al otro lado prácticamente no traspasara. Me senté en la cama y me resultó difícil contener un suspiro. Me temblaron los labios por lo que supuse que sería un llanto, pero me contuve con todas mis fuerzas y me mantuve cabizbaja mirando el suelo.

Tras estar mirando mis manos por dos largos minutos, tomé la sabia decisión de levantar la vista. No tardé en encontrarme con unos ojos verdes que me observaban recelosos desde la lejanía. La mujer estaba en la celda de enfrente, tumbada sobre su cama con la barbilla apoyada en una de sus manos. 

Antes de siquiera reaccionar, se levantó de un salto, sentándose en el colchón con las piernas cruzadas. Traté de apartar la mirada para evitarme problemas, pero sus ojos esmeralda atraparon los míos y fue demasiado tarde para hacerlo.

—¿Tú eres la chica que mató a su propia hermana? —emitió de pronto, tras estudiarme de pies a cabeza —. Wow, pareces más inofensiva de lo que cantan por ahí.

—Yo no la he matado.

Ella soltó una sonora carcajada vacía de diversión.

—Eso dicen todos, cielo. La misma oración, la he oído mil veces. No me la repitas. Me la sé de memoria.

Culpable [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora