Capítulo 11

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Había pasado casi un mes desde que la cuarentena por COVID-19 terminó. Las dos primeras semanas desde que salí de casa de Alfred pasaron en un suspiro. Tenía demasiadas cosas pendientes que hacer. Eso sí, lo primero que hice fue llamar a mi familia para que supieran que me encontraba en mi piso y que pensaba coger el primer tren a Pamplona para poder ir a abrazales en persona. Pillé un billete para el día siguiente y, tras meter de forma caótica varias prendas en una maleta de viaje, me dispuse a visitar a mi hermano Javier antes de irme. No habíamos hablado personalmente desde el día anterior al confinamiento y, además de ver cómo se encontraba, necesitaba cerrar las cláusulas del maldito contrato con Universal, ese que había puesto mi mundo del revés y nos había llevado a esa situación tan surrealista que acabábamos de vivir.

...

Cuando llegué a la estación de tren de Pamplona, mis padres y Ángela ya estaban allí esperándome. La llantina que me pegué y los hipidos incontrolados que salían de mi garganta daban fe de lo feliz que estaba de poder abrazarlos por fin. Nunca había sido muy cariñosa con mi familia, pero necesitaba hacerles notar lo feliz que me encontraba de poder tenerles tan cerca. Ángela me recibió con una mirada un tanto enigmática, pero decidí ignorarla por el momento. Íbamos a pasar juntas una semana y ya habría tiempo de interrogatorios. Finalmente no tuvimos muchos ratos para nosotras, porque me dediqué a estar rodeada de los míos y de mis amigos en todo momento y, por las noches, cuando ella intentaba por fin sonsacarme algo sobre en qué punto habíamos acabado Alfred y yo, solía fingir estar muy cansada y evitaba a toda costa esa conversación. La última noche de mi estancia en Pamplona no pudo aguantarse más y me acorraló.

- Amaia, después de nuestra última charla por Skype, creo que merezco saber qué narices ha pasado. Te conozco mejor que nadie y sé que la cosa no ha tenido un final feliz, ¿o me equivoco? - inquirió Ángela desesperada.

- No te equivocas, Ángela. Salí, literalmente, huyendo de su casa, huyendo de él - admití rendida. Ella abrió los ojos sorprendida - Las dudas y los miedos a repetir los mismos errores de la primera vez eran demasiado fuertes en mí - añadí, intentando justificarme.

- ¿Ni siquiera te despediste? - preguntó decepcionada. Yo negué con la cabeza - Amaia, tía, huir de los problemas nunca trae nada bueno, y tú lo sabes mejor que nadie. Y mucho menos después de lo que habéis vivido estos días - aseguró. Me tomó la mano y yo se la agarré con fuerza - Hermanita, tienes que entender que no puedes vivir en una burbuja permanente. Al final, creo que esto va a dolerte igual o más que la primera vez, porque ya no es que amar no sea suficiente para vosotros, es que hay que echarle huevos a la vida. Amaia, tienes que luchar de verdad por lo que te importa.

- Lo sé, pero es que... - empecé a decir yo.

- ¡Ni es que, ni nada! - exclamó mi hermana cortándome - Tienes una herida abierta desde hace más de un año, pero te niegas a cerrarla, no me extrañaría que él no quisiera volverte a mirar a la cara después de cómo has dejado las cosas - manifestó más brusca que de costumbre. Yo bajé la mirada, dolida por su última frase - Todas las parejas tienen problemas. Hay más gente conocida que lleva sus relaciones pasando olímpicamente de la prensa y del qué dirán. Y si empieza a descuidar la relación pues te plantas y se lo dices, no dejas que la bola se vaya haciendo grande - me recriminó.

- No sé, Ángela - contesté levantando la mirada - De verdad, estoy hecha un lío, pero realmente creo que retomar una relación en este punto no es lo que más me conviene.

- Si tú lo dices. En tu corazón mandas tú y es tu vida - respondió con sinceridad - Tú eres la que tiene que decidir cómo y con quién quieres vivirla, eres la única que sabe lo que le conviene - añadió con una sonrisa - Sabes que siempre estaré aquí para ti. Eres mi hermana preferida del mundo mundial.

Odio que no te odioWhere stories live. Discover now