XIV. Su lugar está intacto

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Nota: no lloren mucho, banda. Aquí venimos con el reencuentro.

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Florida; 1998

-¡Jotaro, mídete! ¡El olor está saliendo!-se oyó el grito femenino del otro lado de la puerta.

El hombre chasqueó los labios, molesto. Miró la ventana, se había olvidado de abrirla antes de fumar y, sin darse cuenta, el humo ya estaba colándose fuera de su estudio. Jole se molestaba mucho por minucias como esa; tal vez era permisiva cuando seguían siendo pareja, pero su carácter duro había aflorado después del divorcio.

Jotaro ya estaba viviendo con eso desde hace cinco años. Y si las cosas le importasen un poco más, quizá se hubiera ido hace tiempo. Sin embargo, tener aseguradas tres comidas bien preparadas y un apartamento arreglado con su forma tan caótica de vivir lo mantenían ahí y tenía que soportar las condiciones de su ex-esposa.

No apagó su cigarro, pero esta vez sí abrió la ventana y encendió el ventilador para disipar el olor. Entonces pudo volver a sus asuntos. Mientras echaba una calada con la mano izquierda, revisaba un folio de documentos de la fundación, un folio muy especial. Se sentía realmente vulnerable, por eso fumaba de más y en su garganta se formaba un nudo. Estaba revisando una tesis firmada por Noriaki Kakyoin, uno de sus muchos estudios sobre las características del meteorito del Cabo York y su patrón de efecto en los seres humanos.

Le costaba tanto despreciar a Kakyoin, más aún viendo que este cumplió su promesa de ser un profesional de suma utilidad para la fundación Speedwagon. Requería sus estudios, sus análisis, el tiempo de vida que ese hombre destinaba a entender la cuestión de los stands. Y no solo acababa ahí. Él no alcanzaba a olvidarlo. Dios sabía que lo había intentado, que había tratado teniendo una esposa, teniendo una hija... pero no había forma de no ser asaltado por aquel recuerdo atemporal del joven que fue su amor de adolescencia. No se lo había encontrado desde hace casi una década, pero cada vez que veía la foto que habían tomado durante la expedición a Egipto, estaba él devolviéndole la mirada y los recuerdos de antaño.

Esos recuerdos le habían costado su felicidad, su voluntad y su intento de familia feliz.

Y es que Jotaro pasó dos años y medio de un matrimonio lleno de pobres intentos y contundentes fracasos. Desde la primera noche de intimidad con Jole, no podía estar listo si no pensaba en Kakyoin. Intentó acostumbrarse gradualmente al cuerpo de la mujer, pero los ojos púrpura y el cuerpo de hombre del pelirrojo lo empezaban a perseguir hasta en sueños. Amanecía sudoroso y culpable por soñar con él mientras su mujer dormía al lado. Y esa culpa aumentó después del mes de casados, cuando encontró una prueba de embarazo positiva en el cajón de la mesa de noche de la habitación de universidad que empezaron a compartir en Nueva York.

Seguía en sus 21 cuando nació Jolyne, su hija y se mudaron al apartamento de sus abuelos. Jotaro seguía sin pensar en un lugar propio. No se sentía a gusto en Nueva York, después de todo solo vivía ahí por los viejos planes que habían tenido él y Kakyoin de estudiar juntos. No pertenecía ahí, y ya había recorrido demasiadas veces los acuarios y las playas de la ciudad. Entonces no pensaba gastar su sueldo de pasante en un apartamento de esa ciudad.

-Empezaré mi próximo ciclo de clases en Florida.

-¿Eh?-Jole levantó la mirada de su hija, a la que estaba amamantando.

-Dije que retomaré mis clases en Florida.-anunció Jotaro sin despegar su vista del periódico. ¿En serio esperaba que su mujer aceptase lo que acababa de decir sin más?

Todavía podemos decir "una vez más";「JotaKak」Where stories live. Discover now