CAPÍTULO 23

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Desperté por el olor a pan tostado y huevos recién hechos, me di vuelta en la cama con un dolor de cabeza terrible y con unas enormes ganas de vomitar, lo que sea que estuviera jodiéndome el estómago en ese momento

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Desperté por el olor a pan tostado y huevos recién hechos, me di vuelta en la cama con un dolor de cabeza terrible y con unas enormes ganas de vomitar, lo que sea que estuviera jodiéndome el estómago en ese momento. Me estrujé el rostro con ambas manos, para ver si de ese modo se me iba el malestar, pero nada pasó. Me senté sobre la cama entre quejidos y entonces lo sentí subir; empecé a vomitar como un cerdo enfermo, todo lo que escuchaba eran mis arcadas involuntarias y el sonido del líquido brotando de mi boca, para después terminar sobre el piso. La comida que había ingerido el día anterior, estaba entre los desagradables restos de emesis.

La puerta de la habitación se abrió rápidamente, sin un toque previo que avisara que eso iba a pasar. Me limpié la boca con el dorso de la mano y levanté la vista para ver quién era. Nessien estaba de pie bajo el marco, mirando el vómito en el suelo.

—¿Estás bien? —preguntó sin mirarme—. ¿Necesitas algo?

Cerré los ojos unos segundos, porque parecía que era lo mejor que podía hacer para aliviar el malestar en mi cabeza.

—Un vaso de agua estaría bien, por favor —murmuré volviendo a abrirlos.

Ella seguía sin mirarme, entonces retrocedió en busca de lo que le había pedido. Me quedé sentado en la cama, con la mano apoyada sobre esta y la cabeza echada hacia atrás con los ojos cerrados, mientras no pensaba en nada más que quedarme tirado allí por el resto del día.

—Ten —escuché de pronto y abrí los ojos.

¿Cómo había vuelto tan pronto?

Ahí estaba ella, tendiéndome un vaso con agua y una pastilla, entretanto sus ojos miraban detrás de mi espalda. Miré detrás de mí, extrañado porque se empeñaba en no mirarme, pero no había nada que pudiera llamar su atención. Tomé la pastilla de su mano, la metí en mi boca y no esperé siquiera un segundo para beber del vaso con agua. La cara se me arrugó completamente al sentir el sabor del vómito mezclado con el agua. No sabía muy bien, si ni siquiera me había lavado la boca ni los dientes.

—Iré por algo para limpiar el vómito —anunció y la detuve por el brazo, antes de que se marchara.

—¿Qué pasa? —interrogué confundido—. ¿Soy muy feo por las mañanas que no me miras?

Ella sonrió.

—No es eso —contestó aún sin mirarme—. Pero tienes tus cosas al aire y las vi sin quererlo, cuando abrí la puerta.

Bajé mi mirada hacia mis piernas y sí, tenía razón. Pero lo peor no era eso, sino que tenía mi pene erecto. Solté su mano rápidamente y agarré las sábanas para cubrirme. ¿Cómo había podido ser tan imbécil? Había olvidado que por las noches solía sacarme la ropa interior, mientras dormía. Ya era un hábito en mí, una maldita costumbre.

La vergüenza me invadió en ese instante.

—¿Por qué no me lo dijiste desde que cruzaste la puerta? —me sentía avergonzado y el calor en el rostro estaba quemándome.

Lacerante © [+21]✔Where stories live. Discover now