Capitulo 7

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Milk terminó todo lo que había en la bandeja, y mientras comía, el silencio que había en la habitación era natural, lo cual era extraño considerando las circunstancias. Después de dejar la servilleta, levantó las piernas, las subió a la cama y se recostó contra las almohadas, cansada, aunque no de una forma narcotizada. Mientras miraba la bandeja, tuvo el absurdo pensamiento de que no podía recordar la última vez que se había permitido terminar una comida. Siempre estaba a dieta, quedándose siempre con un poco de hambre. La ayudaba a mantener su nivel de agresividad, propiciaba su agudeza, su concentración. Ahora se sentía un poquito confusa. Y... ¿estaba bostezando?

—¿No recordaré esto? —le preguntó a la espalda de él.

Él negó con la cabeza, su melena ondeó, casi rozando el suelo. La combinación de pelirrojo y negro era estupenda.

—¿Por qué no?

—Te borraré los recuerdos antes de que te vayas.

—¿Cómo?

Se encogió de hombros.

—No lo sé. Yo sólo... los encuentro entre tus pensamientos y los entierro.

Tiró del edredón y se cubrió las piernas. Tenía la sensación de que, si lo presionaba en busca de más detalles, no tendría más que ofrecer... como si no se entendiera muy bien a sí mismo o a su naturaleza. Interesante. La señora Son era humana, por lo menos hasta dónde Milk sabía. Así que evidentemente su padre había sido... Mierda, verdaderamente ¿se estaba tomando esto en serio?

Milk se llevó la mano al cuello y sintió la marca, casi desvanecida, del mordisco. Sí... sí, lo hacía. Y aunque su cerebro se trababa ante la idea de que existían los vampiros, tenía una prueba irrefutable, ¿verdad?

Pensó en Fletcher. Él también era algo diferente, ¿cierto? No sabía qué era, pero su extraña fuerza unida a su obvia edad... algo no estaba bien con él.

El silencio se extendió, los minutos fluyeron pasando por la habitación, escurriéndose hacia el infinito. ¿Había pasado una hora? ¿O media hora? ¿O tres?

Por extraño que pareciera, amaba el sonido de los suaves trazos del lápiz sobre el papel.

—¿En qué estás trabajando? —le preguntó.

Él se detuvo.

—¿Por qué querías ver mis ojos?

—¿Por qué no? Completaría la imagen que tengo de ti.

Él dejó el lápiz. Cuando levantó la mano para apartarse el cabello y ponerlo detrás de su hombro, estaba temblando.

—Necesito... ir a ti, ahora.

Las velas comenzaron a apagarse una a una.

El miedo hizo que el corazón de Milk palpitara como si la persiguiera el diablo. El miedo y... oh, Dios, por favor no permitas que ese arrebato sea parcialmente debido a un sentimiento de anticipación.

—¡Espera! —se incorporó—. ¿Cómo sabes que no... tomarás demasiado?

—Puedo percibir tu presión sanguínea y soy muy cuidadoso. No podría soportar lastimarte. —Se paró frente al escritorio. Más velas se apagaron.

—Por favor, no nos dejes absolutamente a oscuras —dijo Milk cuando sólo la vela de la mesilla de noche continuaba encendida—. No puedo soportarlo.

—Es mejor de esa forma...

—¡No! no... realmente no es así. No sabes lo que se siente de mi lado. La oscuridad me aterra.

—Entonces lo haremos con luz.

Cuando comenzó a acercarse a la cama, lo primero que oyó fueron sus cadenas; luego vio emerger su sombra de la oscuridad.

—¿Tal vez podrías ponerte de pie? —le dijo él—. ¿Para que pueda volver a hacerlo desde detrás de ti? De ese modo no tendrás que verme. Esta vez tardaré un poquito más.

Milk exhaló, su cuerpo se estaba calentando, su sangre ardía en sus venas. Deseaba desentrañar los porqués de su peligrosa falta de sentido de autoconservación, ¿pero qué importaba? Estaba donde estaba.

—Creo... creo que quiero verte.

Él dudó.

—¿Estás segura? Porque una vez que comienzo, me es difícil detenerme en la mitad...

Joder, sonaban como dos victorianos hablando de sexo.

—Necesito ver.

Él respiró profundamente, como si estuviera nervioso y refrenándose a sí mismo para superar la ansiedad.

—Entonces ¿querrías sentarte en el borde de la cama? De esa forma podría arrodillarme frente a ti.

Milk cambió de posición de forma que sus piernas quedaron colgando por el borde del colchón. Él se agachó un poco, doblando las rodillas, luego sacudió la cabeza.

—No —murmuró—. Voy a tener que sentarme junto a ti.

Se sentó dándole la espalda a la vela, para que su rostro permaneciera en la oscuridad.

—¿Puedo pedirte que te vuelvas hacia mí?

Ella cambió de posición y levantó la vista. La luz de la llama formaba un halo alrededor de su cabeza y deseó poder verle el rostro. Ansiaba ver la belleza en él.

—Gokú —susurró ella—. Deberían haberte llamado Gokú.

Él levantó la mano y le corrió el cabello hacía atrás. Luego la plantó en el colchón mientras se inclinaba hacia ella.

—Me gusta ese nombre —dijo él suavemente.

Primero sintió sus labios sobre el cuello, una suave caricia de piel rozando piel. Luego retiró la boca y Milk supo que la estaba abriendo, revelando colmillos.

La mordida fue rápida y decidida y ella dio un salto, mucho más consciente esta vez. El dolor fue más intenso, pero también lo fue la dulzura que siguió a continuación.

Milk gimió cuando el calor recorrió su cuerpo y comenzaron los tirones de su succión, cuando su boca estableció un ritmo. No estaba muy segura de cuándo lo tocó. Simplemente sucedió. Llevó las palmas hacia sus hombros. Ahora fue él, el que se sacudió y cuando se apartó, la luz reveló parte de su rostro. Su respiración era forzada, tenía los labios abiertos, y la punta de sus colmillos apenas asomaba. Estaba hambriento pero conmocionado. Ella le recorrió los brazos con las manos. Los músculos eran gruesos y bien delineados.

—No puedo detenerme —dijo él con voz distorsionada.

—Yo sólo... deseo tocarte.

—No puedo detenerme.

—Lo sé. Y yo deseo tocarte.

—¿Por qué? —le preguntó confundido

—Porque deseo sentirte. —No podía creerlo, pero ladeó la cabeza y expuso la garganta—. Toma lo que necesites. Y yo haré lo mismo.

Esta vez Gokú se abalanzó sobre ella, sujetándole la cabeza con una mano que puso al otro lado de su garganta y mordiéndola con fuerza. 

Lazos de medianoche: La historia de HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora