Capitulo 2

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Milk había ido sólo una vez a la propiedad Son, para presentarse a sí misma después de la muerte de su padre. La reunión había salido bien. la señora Son había visto fotos de la pelinegra a través de su padre y había aprobado el «porte elegante» de Milk. Lo cual era un chiste. Aunque era cierto que la vestimenta hacía a la persona, y el guardarropa de la joven estaba lleno de trajes conservadores con faldas por debajo de la rodilla, eso era simplemente una cobertura superficial. Tenía la cabeza de su padre para los negocios y también su veta de agresividad. Podía parecer una dama desde el moño hasta sus juiciosos tacones, pero en el interior era una asesina.

La mayoría de la gente captaba su verdadera naturaleza unos dos minutos después de conocerla. Pero era bueno que la señora Son estuviera engañada. Era de la vieja escuela y por lo tanto formaba parte de una generación dónde las mujeres decorosas no trabajaban en nada y mucho menos eran abogadas en Manhattan. Francamente, a Milk le había sorprendido que la señora Son no hubiera acudido a uno de los otros socios, pero bueno, ambas se llevaban bien la mayor parte del tiempo. Hasta ahora, el único inconveniente en la relación había ocurrido durante el primer encuentro cara a cara cuando la mujer le había preguntado a Milk si estaba casada.

Milk definitivamente no lo estaba. Joder, nunca lo había estado, y no le interesaba estarlo, no gracias. Lo último que necesitaba era algún hombre con derecho a opinar acerca de si se quedaba hasta muy tarde en la firma, o si trabajaba demasiado o acerca de dónde deberían vivir o lo que iban a cenar esa noche.

No obstante, Gine Son era obviamente de la opinión de que se te definía por el tipodepantalonesqueteníasatulado.

Por lo que Milk le explicó que, no, que ella no tenía marido. La señora Son había parecido desanimada, pero luego se había repuesto y había pasado rápidamente a la pregunta de si tenía novio. La respuesta fue la misma. Milk no tenía ni quería uno de esos, y no, tampoco tenía mascotas. Se había producido un largo silencio. Luego la mujer había sonreído, hecho un breve comentario más o menos en las líneas de «Dios, como han cambiado las cosas», y allí habían quedado el asunto. Al menos por aquel momento.

Cada vez que la señora Son llamaba a la oficina, preguntaba si Milk había encontrado algún hombre agradable. Y al escuchar la respuesta, la mujer aceptaba los no con elegancia... tal vez debido a que ella misma nunca se había casado. Era evidente para la pelinegra que la abuelita tenía una vena romántica no satisfecha o algo así.

Si Milk era honesta, todo el asunto de las relaciones le aburría. No, no odiaba a los hombres. No, el matrimonio de sus padres no había sido disfuncional, pues su padre había sido una figura masculina de lo más comprensiva y amorosa. No había habido ningún fin de relación problemático, ningún problema de autoestima, ninguna patología, ninguna historia de abuso. Era sólo que todo el asunto de la casa y el hogar no era para ella. Respetaba a las mujeres que se convertían en esposas y madres, pero no les envidiaba la carga de asumir el cuidado de los demás.

No necesitaba dibujos en el refrigerador ni regalos hechos a mano para sentirse realizada. Para ella, el día de San Valentín y el día de la Madre eran simplemente dos hojas más en el calendario.

Lo que Milk verdaderamente amaba era la batalla en la sala de juntas. Las negociaciones. Esas cosas eran su pasión, estaba en la cumbre de su carrera y a los veintiocho años estaba en una muy buena posición en la vida. El único problema que tenía era con las personas que no entendían a una mujer como ella. Era un caso típico de doble estándar. Los hombres podían pasarse la vida entera dedicados a su trabajo y eran vistos como buenos proveedores, no como hombres solterones y antisociales con problemas en la intimidad. ¿Por qué las mujeres no podían ser vistas de la misma forma?

Cuando finalmente apareció el puente que indicaba la entrada a la propiedad, Milk ya estaba lista para llevar a cabo la entrevista, dirigirse de regreso a su apartamento en Park Avenue, y comenzar a prepararse para el enfrentamiento del martes con Technocells.

La propiedad Son consistía en cuatro hectáreas de tierra trabajada, cuatro edificios anexos, y un muro que si querías escalar tendrías que tener equipo de rápel y el fuerte torso de un entrenador personal. La mansión era una enorme pila de roca ubicada en una elevación.

Condujo por el camino para coches circular, aparcó frente a la entrada digna de una catedral y puso su móvil en vibrador. Tomando su bolso, se acercó a la casa pensando con una sonrisa que debería llevar una cruz en una mano, una daga en la otra, y agua bendita en su bolso. Hombre, si tuviera la riqueza de los Son, viviría en algún lugar un poquito menos lúgubre.

Un lado de las puertas dobles se abrió antes de que llegara a la aldaba con forma de cabeza de león. El mayordomo de la familia Son, que era tan anciano que tendría unos ciento ocho años, hizo una reverencia.

—Buenas tardes, señorita Ox Satan. Si no es molestia ¿Podría decirme si dejó las llaves en el coche?

—No, Fletcher.

—¿Quizás querría entregármelas? En caso que deba mover su coche. —Cuando Milk frunció el ceño, dijo en voz baja—La señora Son no está muy bien. Si debo llamar a la ambulancia...

—Siento oír eso. Está enferma o... —Milk dejó que la pregunta se desvaneciera mientras le entregaba las llaves.

—Está muy débil. Por favor, acompáñeme.

Fletcher caminaba con ese tipo de lenta dignidad que esperarías de un hombre vestido con el uniforme formal del mayordomo británico. Ella y Fletcher subieron las imponentes escaleras en curva hacia el segundo piso y caminaron por el pasillo. A ambos lados, colgados de paredes de seda roja, había retratos de varios Son, sus pálidos rostros brillaban sobre fondos oscuros.

Cuando llegaron al final del pasillo, Fletcher golpeó una puerta tallada, y cuando se oyó un débil saludo, la abrió ampliamente. La señora Son estaba apoyada en una cama del tamaño de una casa, viéndose tan pequeña como una niña, y tan frágil como una hoja de papel.

—Gracias por venir, Milk. —La voz de la señora era frágil al punto de parecer un susurro—. Disculpe que no pueda recibirla apropiadamente.

—No se preocupe, esto está perfectamente bien. —Milk se acercó de puntillas, temerosa de hacer ruido o movimientos bruscos—. ¿Cómo se siente?

—Mejor que ayer. Tal vez me haya contagiado la gripe.

—Anda por todos lados, pero me alegro que esté mejorando. — Milk pensó que no sería de ayuda mencionar el hecho de que ella había tenido que tomar antibióticos para curarse de algo parecido—. De todas formas, seré rápida así puede seguir descansando.

—Pero debe quedarse a tomar el té. ¿Se quedará verdad?

Fletcher intervino.

—¿Traigo el té?

—Por favor, Milk. Acompáñeme a tomar el té.

Infiernos. Deseaba regresar. "El cliente siempre tiene la razón. El cliente siempre tiene la razón"

—Por supuesto.

Lazos de medianoche: La historia de HijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora