Capitulo XIX.

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Antes de salir de la tienda la anciana me ayudó a quitar mi vestuario y me explico de forma amable de qué manera tendría que volverlo a poner, como ajustar el extraño pañuelo que debía ir en mi cuello y de qué manera debía lustrar mis extraños suecos. Sería un largo y tedioso proceso, y no contaría de la ayuda de Ava puesto que ambas o, mejor dicho, Kathlyn ansiaba hacer la llegada como a la antigua, en un viejo carruaje y algo muy dramático de su parte. No pude objetar ante ello, esta sería una noche inolvidable para todos. Pase lo que quedaba del día bajo las sábanas, mirando la extraña telenovela que se transmitía en la televisión y con la cabeza repleta de pensamientos. Traté de quedarme dormido un par de veces, pero la ansiedad que me encogía los dedos no dejo que pudiese pegar un ojo. El sol ya se había ocultado cuando alguien tocó a mi puerta, supuse por un momento que sería Raúl, pero al abrir la puerta mi corazón casi se sale de mi pecho. Estaba soñando ¿En qué momento me había quedado dormido? Era eso o, ya había perdido la cabeza por completo. En mi puerta estaba ella, vestía como la primera vez que la había visto y su sonrisa esta vez adornada su angelical rostro. Me miró con ternura y se acercó a mi oído haciendo que todos los vellos de mi surreal cuerpo se erizaran.

— La mia anima si rallegra, salta di gioia, perché ti ho detto il mio amore che la tua anima e la mia sarebbero state unite di nuovo. — Sonrió antes de desaparecer entre los linteles de mi subconciente.

Un frío abrazo mi cuerpo haciéndome reaccionar de inmediato. Una vez más mi cuerpo estaba empapado de sudor y con dificultad podía mantener mi respiración. Creí que estos sueños se acabarían una vez estuviésemos aquí, pero una vez más, estaba más que equivocado. No paso mucho tiempo cuando Raúl toco mi puerta, esta vez abrí con algo de temor, cerciorando que en efecto fuese Raúl. Este me miró algo confundido y enojado, pues ya él estaba vestido y yo aún seguía en pijamas. Me apresuré al ver su rostro descontento y tomé una veloz ducha. Aún seguía bastante asustado, y me impresionaba el realismo con el que estos encuentros se daban. No entendí del todo sus palabras, pero estaba seguro que tenía que ver con almas y esas cosas. Raúl me ayudo con mi vestuario y evito que me viese más ridículo de lo que ya debía verme. Tomó una foto de ambos usando las extrañas pelucas antes de salir.

— Cuando estemos viejos le diremos a nuestros nietos que una vez viajamos en el tiempo, y si no nos creen, le mostraremos esta foto como evidencia— Expresó mientras guardaba la fotografía.

Reí ante la propuesta de Raúl y antes de que el tiempo siguiera pasando, nos saqué a ambos de la habitación. Fue imposible no atraer miradas con nuestros vestuarios, pero no las arreglamos para sentirnos bastante cómodos. Nuestro auto ya nos esperaba a la entrada, y a diferencia de las chicas, nosotros llegaríamos de una forma más moderna a la celebración. De noche, aquel pequeño espacio en el mundo se veía mucho más hermoso. No había tanta contaminación lumínica por lo que las estrellas de aquel cielo brillaban con mucha más intensidad. Era sin duda un espectáculo visual. Nos tomó unos treinta minutos exacto poder llegar al castillo. La entrada estaba compuesta por grandes portones de bronce y un extenso mural que desde mi punto no se le veía fin alguno. En medio de todo aquello, una enorme fuente de mármol y un extenso jardín a sus alrededores. Era una extensión enorme.

— Debió haberte costado mucho hacer una fachada de este palacio. — Expresé impresionado de lo enorme que era.

— Más de lo que te imaginas. — Contestó con algo de molestia, era claro que había sido un duro trabajo de hacer.

Un hombre aguardaba en la entrada, iba vestido conforme a la ocasión y con gentileza nos abrió la puerta del auto. Le agradecí el gesto y seguidamente nos condujo hasta la entrada principal del lugar. La primera impresión de aquel castillo me dejo sin palabras y sólo era el comienzo. Me topé con un juego de escaleras con tres accesos, y todos ellos direccionados a la entrada del vestíbulo. Una alfombra roja revestía los escalones y guiaba a las personas al camino indicado. Aquel lugar parecía sacado de un cuento de hadas o peor aún, a una de esas películas románicas de época que mi madre solía ver las tardes del domingo. Bajé mi vista al darme cuenta la forma en la que el suelo relucía y los detalles de mármol y cristalería que se hallaban a mi alrededor.

A una vida de tí. [Disponible en Librerías]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora