Prólogo

147 35 22
                                    

Calabazas en traje de novia

—Ay, cariño, estás guapísima.

—Muchas gracias, papá.

Le sonrío con gratitud y me miro una vez más al espejo. Todavía es temprano y quedan muchas horas de maquillaje y peinado por delante, pero aún con todo a medio hacer, he insistido en ponerme ya el traje de novia. Mi madre bromea con que estoy ansiosa por estar casada, pero en realidad mi prisa por ponérmelo se debe a que si paso más tiempo sin él, tengo la tentación de salir corriendo y no casarme.

Pero es precioso, y me queda como anillo al dedo. Una expresión muy adecuada para la situación en la que me encuentro.

Mi padre me mira, todavía con su traje de etiqueta en la percha que mi madre le ha entregado hace escasos segundos. Está sudado, con la cara roja y la ropa deportiva tan mojada como si hubiera salido a correr bajo la lluvia de Londres. Está feliz, y mamá también; puedo verlo en sus miradas y en cómo giran sus cabezas hacia un lado cuando fijan sus ojos en el vestido. Dylan, el marido de mi madre, también parece estar contento cuando me entrega el vaso de agua que amablemente le he pedido.

—Ese diseñador es un genio, de verdad que sí.

Sonrío ante las palabras de mi madre y arrugo mi nariz hacia ella a través del espejo. Dejo el vaso en el tocador después de beber un gran buche.

—Sí... —giro levemente sobre mí misma para ver mi espalda escotada en el espejo—Es muy majo.

—Hombre, por esa cantidad de dinero, cualquiera es majo.

Dylan nos hace reír cuando en la puerta de la amplia habitación suenan unos golpes suaves.

—¿Charlotte?—la voz de Roi me hace aguantar la respiración. Todos fruncimos el ceño y nos miramos entre nosotros. Vuelve a golpear sus nudillos suavemente contra la madera—Soy Roi, necesito hablar contigo.

Oh, Dios mío. ¿Qué hace aquí? ¡Los novios no pueden verse antes de la boda! Tampoco es que a mí me importe mucho, pero a mi madre podría darle un chungo si desobedecemos la tradición.

—¿Roi?—mi madre se acerca a la puerta y la abre en una pequeñísima rendija—¡No puedes estar aquí, trae mala suerte! Anda, vete, vete.

—No, Anna, necesito hablar con ella, por favor.

Frunzo el ceño con mucha más fuerza. ¿Qué tiene que hablar mi prometido conmigo horas antes de la boda que sea tan importante? Suspiro. Esto de casarse resulta agotador. Mucho más agotador cuando preferirías estar en otro sitio, haciendo cualquier otra cosa. ¿Cuántas horas habré perdido con esto? ¿Miles de horas? Lo único bueno de ese tiempo es que ha estado repartido en un año, y que una parte de él no lo doy por perdido, porque las horas que pasé encontrando este vestido son algo que gano.

—¿No puede esperar?—me encuentro preguntando en voz alta con los ojos en la nada.

—No—la urgencia en su voz me pone nerviosa—. Por favor, Charlotte, sólo será un momento.

—Vale—apremio a mi madre a que lo deje entrar con una mirada y un asentimiento de cabeza. Ella, pareciendo derrotada y para nada conforme con mi decisión, abre la puerta.

Roi entra, pareciendo aliviado a la vez que suelta un suspiro. Lleva unos vaqueros cualquiera y la camiseta de Marvel que le regalé por su cumpleaños. No se ha cortado el pelo aún y mantiene la pequeña coleta recogida en la parte baja de su cabeza. Tiene las mejillas sonrosadas y pasa su lengua por sus labios numerosas veces.

Me ve, pero no repara en mi vestido ni en mi expresión confusa, simplemente se dirige directo hacia mí y me abraza. Hago un gesto a las tres personas que miran la escena con ojos enternecidos y mirada desaprobadora. Entienden mi señal tácita de que nos den privacidad y abandonan la habitación cerrando la puerta detrás de ellos. Con los tacones soy varios centímetros más alta que él, pero justo ahora no los tengo, por lo que somos de la misma altura y nuestros ojos coinciden exactamente con los del otro.

4380 días de distancia | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora