IV. Lazo de sangre

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El tiempo pasó sin piedad y el breve instante que habían compartido aquellos dos chicos, lo guardaron en lo profundo de sus corazones, en un rincón casi olvidado de sus recuerdos. Dejaron de ser niños y se convirtieron en adultos que se entregaron en cuerpo y mente a sus propias metas y deseos. El tierno amor que se habían profesado parecía una ilusión que habían experimentado en un mundo ajeno al que vivían y por un instante se perdió como la hoja de un árbol arrancada por el viento. Fue solo por una promesa hecha hace mucho tiempo que ambos muchachos hechos ya unos hombres recordarían que nadie estaba exento de los caprichos del destino...

La luna se alzaba imponente en el cielo nocturno, cuando Sett se despertó sobresaltado en su cama con un sudor frío recorriéndole el cuerpo; un terrible dolor invadió su pecho y en su hombro se materializó un símbolo de magia vastayana. Su madre, que dormía en la otra habitación escuchó sus quejidos y se levantó preocupada de su cama. Se paró en el marco de la puerta de su cuarto y se llevó una mano a la boca cuando miro la marca que resplandecía en el cuerpo de su hijo. Conocía de sobra aquel glifo mágico; ella misma se lo había puesto a Sett cuando era más joven para cuidar de él, ahora que era un adulto ya no lo necesitaba. Sett enseguida trato de ocultarla con su mano, no quería preocuparla pero ya era tarde.

—¿ A quién, Settright? ¿A quién le pusiste una lazo de sangre, querido?— le preguntó su madre  con preocupación en su rostro

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—¿ A quién, Settright? ¿A quién le pusiste una lazo de sangre, querido?— le preguntó su madre con preocupación en su rostro.

Sett agachó la cabeza y fue incapaz de inventarse una mentira para decirle a su madre. No quería hablar de quien había sido su primer y único amor. No después de lo que pasó en el bosque, Sett nunca olvidaría lo desolado que se había sentido al despertar solo y desnudo en esa cueva. Estaba enojado con Aphelios por haber huído de él pero estaba mucho más enojado consigo mismo porque jamás pudo olvidarlo. Habían pasado casi diez años desde eso y aún podía recordar su sonrisa, el color de sus ojos y el dulce aroma a flores que desprendía el cuerpo del chico. Luego supo por su madre que los vastayas de su especie podían percibir el olor que más les gustaba en la persona que amaban. Solo hasta que percibían el aroma correcto entraban en celo para procrear, por supuesto, él jamás habría podido procrear con el Lunari ya que éste incluso lo había rechazado. Tampoco había intentado buscarlo aunque bien podía haberlo hecho pero el trabajo de administración de la arena requería toda su atención. Ahora más que nunca el negocio iba viento en popa y no quería dejarlo encargado para que cualquiera se adjudicará sus logros. Quería convencerse que sus negocios eran lo más importante para él pero si esa marca había brillado hasta ahora solo significaba una cosa, que Aphelios estaba herido o quizás, al borde de la muerte; tuvo un mal presentimiento y lo embargó la incertidumbre.

—Esta bien si no quieres decírmelo— dijo de manera comprensiva su madre al ver que el dudaba en hablar. Se sentó en la orilla de su cama muy cerca de él y colocó su mano sobre su marca. Con las yemas de sus dedos dibujó las líneas y círculos que la componían.

 Con las yemas de sus dedos dibujó las líneas y círculos que la componían

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One little bite (Sett x Aphelios)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora