III

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Sigo a Ileana hasta una puerta cerrada con llave. Tras ella hay una habitación más austera que las demás. Deduzco que no está destinada a los huéspedes del hotel. Hay varios armarios, arcones y muebles de diferentes estilos.

Ileana abre uno de los armarios y saca una maleta, que coloca encima de un arcón.

-Si quieres, puedes examinar su contenido.-Me dice. Enseguida entiendo por qué. La maleta está en bastante mal estado, pero al lado de la empuñadura se adivinan dos iniciales.

DW. Dean Winchester.

Ileana me observa con atención. No sé si le divierte o le incomoda que husmee en el pasado de su familia de esta manera.
Le doy la espalda y contemplo la maleta como si fuera un tesoro, el resto de un naufragio que las olas han hecho llegar a mis pies en una playa remota. ¿Qué encontraría dentro? ¿Estarían allí las respuestas que buscaba o habría aún más preguntas?

Finalmente la abro. Carpetas, papeles y un pequeño maletín.

Ileana me dice que no preste atención a las carpetas, ya que no tienen ningún interés para mí. En el maletín está todo lo que necesito.
Cuando lo abro... ¡Fotos! Docenas de fotos de todos los tamaños, temas y épocas. Un montón de instantes inmortalizados en celuloide, caras anónimas, paisajes exóticos, instantáneas familiares... ¡Hay de todo!
Al parecer hace años que las fotos están ahí guardadas. La mayoría las encontraron cuando reformaron el hotel. Las metieron en el trastero para organizarlas un día, pero como suele pasar, ese día nunca llegó.

Ileana está segura de que alguna foto de principios de siglo habrá y me invita a buscarla. Yo miro el interior del maletín abrumado. ¡Ahí puede haber tranquilamente 200 o 300 fotos! Me puedo pasar horas examinándolas...
La mujer sonríe:
-Cuando te canses, puedes bajar a cenar al restaurante.-Y dicho esto, se va. Una vez solo, saco todas las fotos del maletín y me pongo a clasificarlas como buenamente puedo.

Y así es como se hace de noche, con un pringado encerrado en un trastero en medio de Transilvania empeñado en contar una historia de amor.
La tarea me toma más tiempo del esperado y bajo al restaurante sin haber terminado. Vuelvo a cenar demasiado (vaya novedad) y decido continuar al día siguiente.
Esa noche me cuesta conciliar el sueño. Me quedo un buen rato mirando la ventana desde la cama y preguntándome cuántas veces habría hecho Dean Winchester lo mismo, hace más de cien años en esa misma habitación.
Y no puedo evitar preguntarme qué coño hago yo aquí. ¿He dejado que esto se me vaya de las manos? ¿He desatendido mi curro en Târgu Mures persiguiendo un espejismo? ¿Por qué necesito saber la verdad de esta historia que ni me viene ni me va?

La luz del alba me despierta bien temprano y vuelvo al trastero sin desayunar. Tengo que aprovechar el tiempo: no me puedo quedar más días en Sighisoara. Hay que resolver el misterio hoy o me iré sin respuestas.
Y nada más empezar encuentro la primera foto. Es un pelotón del ejército austrohúngaro: un grupo de jóvenes soldados posando orgullosos con sus uniformes impecables. Seguramente ahí ni siquiera habían disparado una sola bala todavía.

Y entre ellos, con su habitual cara de "en vaya jardín me he metido", reconozco a Dean Winchester.
Me pregunto si alguno de los otros es Castiel Novak...
Hasta que encuentro una foto con dos oficiales y un soldado. En el pie de la fotografía dice Castiel Novak. 1914.

Por fin he puesto cara a los dos soldados. Coloco sus fotografías una al lado de la otra. La mirada de ambos se clava en la mía. Y a través del espacio y el tiempo, me parece ver en ellos una súplica común: "cuenta nuestra historia o jamás existiremos."
Lamentablemente no encuentro más fotos suyas. Hay algunas instantáneas más del frente, soldados anónimos hundidos en el barro de las trincheras, momentos de descanso sin rastro alguno de felicidad, oficiales de grandes bigotes y uniformes impolutos...

Y es gracias a ellas y a las anotaciones en sus reversos que me doy cuenta de que Dean y Castiel lucharon en destinos diferentes. Castiel fue mandado al norte, al frente de Varsovia, mientras Dean defendía las posiciones transilvanas contra Serbia.
Entre 1914 y 1915, año en el que Dean vuelve herido a Sighisoara, los dos chicos no coincidieron jamás. Y cada vez entiendo menos lo que ocurrió. Si ni siquiera lucharon juntos, ¿por qué los enterraron juntos?
Tengo la sensación de que vuelvo a estar en otro callejón sin salida. Creía que las fotos me darían más respuestas, pero no ha sido así.

Me dispongo a guardar las fotos en su sitio y cruzo una última mirada con los dos soldados: "lo siento, chicos, les he fallado."

Agarro todos los montones de imágenes para meterlas en el maletín, pero me detengo. Una frase retumba en mi cerebro:

"Cuenta nuestra historia o no existiremos."

¿Realmente es ese el destino que quiero para Dean y Castiel?

¿No se borró su historia ya una vez, como les ocurrió a millones de otros soldados que descansan bajo el suelo de todo el continente? No era justo que yo les abandonara de nuevo en esa tumba de olvido.
Por eso me pongo a repasar las fotos una a una de nuevo. Las antiguas y las modernas. Todas. Analizo cada cara, cada detalle, cada momento... hasta que doy con esta imagen de los años 50. Dos hombres frente a un retrato.
No tengo ni idea de quiénes son, pero lo que me llama la atención no son ellos, ni el hombre del cuadro, sino algo que hay al fondo. Reconozco el cuadro de Castiel al instante.
Y las preguntas vuelven. ¿Qué hace ese cuadro allí? ¿Por qué lo tenían esos hombres? ¿No había estado siempre ese cuadro en el Restaurante Bastión, "la casa del catalán"?
La cabeza me explota.

Corro escaleras abajo buscando a Ileana y blandiendo la foto como si me quemara en las manos. Ella reconoce a uno de ellos al instante.

-Es Samuel Vasilescu, fue alcalde de Sighisoara en los años 50.-Me dice señalándolo.

¿Samuel Vasilescu? El nombre me suena terriblemente. ¿Dónde he oído yo antes ese nombre?
Y de repente veo la luz.

Era el amigo de la infancia de Dean y probablemente de Castiel también.
Su familia seguía viviendo en la ciudad para mi buena suerte.

-¿Quieres que les llame?.-pregunta Ileana. Y no hace falta que responda. Ella ya tiene el teléfono en la mano.

𝙏𝙖𝙠𝙚 𝙢𝙚 𝙩𝙤 𝘾𝙝𝙪𝗿𝗰𝗵Where stories live. Discover now