VI

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Pasaría una década antes de que pudiera empezar a redimirse. En 1928 Rumanía celebraba el décimo aniversario del armisticio y de la fundación del estado rumano con la anexión, entre otros territorios, de Transilvania (Sighisoara incluida).

Muchas ciudades decidieron construir memoriales para conmemorar la fecha y honrar a los soldados que perecieron en la contienda. El ayuntamiento de Sighisoara fue uno de ellos.

Y el encargado de planearlo fue un alto funcionario que acababa de entrar en el consistorio llamado Samuel Vasilescu.

Ese fue uno de los primeros trabajos de Samuel en el ayuntamiento de Sighisoara, del cual acabaría siendo alcalde tras la II Guerra Mundial.

Lo primero que Samuel tuvo que hacer fue conseguir el permiso de las familias de los fallecidos para trasladar sus cuerpos al nuevo emplazamiento.

No le costó demasiado obtener el permiso de exhumación del padre de Dean. Para el viejo oficial era un gran honor que su hijo descansara en un monumento nacional a los caídos.

El 1 de diciembre, Día Nacional de Rumanía, se inauguró el memorial en una ceremonia civil. Media ciudad acudió para honrar a sus muertos de nuevo, con John Winchester a la cabeza, ataviado para la ocasión con todas sus medallas

Lo que nadie podía esperar, y él menos que nadie, es que su hijo no estaría solo en esa tumba.

Samuel había movido cielo y tierra para localizar el cuerpo de Castiel en Oradea (por eso conservaba su certificado de defunción en húngaro). Desde el primer momento quiso enterrarlo junto al hombre que amaba para que descansaran juntos por toda la eternidad.

Como es lógico, mantuvo su plan en secreto para que nadie pudiera detenerle. Y se salió con la suya.

Al verlo, John Winchester entró en cólera y se enfrentó a Samuel a gritos delante de todo el mundo. ¿Cómo había sido capaz? ¿Cómo se atrevía a mancillar el honor de su familia de ese modo? El hombre estaba fuera de sí.

Por eso Samuel lo tumbó de un puñetazo, como Castiel había hecho con él mismo diez años antes.

"Hace quince años cometí un error imperdonable," le escupió Samuel al viejo oficial."Yo maté a mis mejores amigos mucho antes de que lo hiciera esa horrible guerra. Y usted fue cómplice de ello. Todos lo fueron."

Los vecinos de Sighisoara agacharon la cabeza avergonzados ante las palabras de Samuel: "Es hora de permitirles descansar en paz de una vez, juntos, como tendrían que haber vivido y como héroes de algo mucho más valioso que una guerra."

Y así ha sido hasta hoy.

Ileana está tan sorprendida como yo. Eileen nunca le había contado ese episodio de su bisabuelo. Y su familia tampoco... Por primera vez la veo incluso alterada.

Y no es de extrañar. John Winchester se fue del cementerio con el rabo entre las piernas y jamás se volvió a hablar de Dean en su casa. Metió todas las cosas de su hijo en una maleta y la encerró en un armario.

John Winchester no pudo enterrar a su hijo donde quiso, pero intentó sepultar su recuerdo ante el mundo. Un recuerdo que hoy, por fin, sale a la luz, para su nieta, para mí y para todos los que estén leyéndome ahora.

El reloj del salón marca las doce. Es hora de irse. Me despido de Eileen y ella me da un abrazo que huele a rosquillas y aguardiente. Espero de todo corazón que nos volvamos a ver algún día.

Ya en la calle, Ileana se ofrece a acompañarme a la estación de autobuses, pero rechazo la invitación. Tengo algo importante que hacer antes. Y necesito hacerlo solo. Me despido de ella con un beso en la mejilla y ella se ruboriza.

Me dirijo decidido al túnel de escaleras que conduce a la Iglesia de la Colina. Subo los escalones de tres en tres.

Paso por delante del instituto y tengo la sensación de que un montón de fantasmas me observan desde sus ventanas.

No tardo en llegar al memorial.

Me planto delante de la tumba de Dean y Castiel de manera casi ceremonial. Se me hace difícil creer que estuve allí el día anterior. Parece que haya pasado un siglo.

Respiro profundamente. Contemplo la lápida. Leo sus nombres una y otra vez.

Dean y Castiel. Castiel y Dean.

Miro a mi alrededor. Nada ha cambiado, pero nada es lo mismo.

Estoy en silencio un buen rato. Pero el silencio no es tal. El viento de los siglos me susurra secretos al oído.

Y me parece escuchar las risas de dos adolescentes de 16 años que se han saltado una clase.

Que se esconden tras las lápidas del cementerio para fumarse un cigarrillo.

Que se calientan las manos con el aliento del otro.

Que se miran a los ojos para descubrir en ellos un estallido de esperanza.

Que se dan un primer beso.

Un beso que contiene toda la felicidad de la que están hechos los sueños compartidos.

Un beso que entrelaza sus almas para siempre.

Un beso lleno de un amor que, por un instante, les hace sentir inmortales.

En ese momento pongo la mano sobre la piedra helada.

Y con un hilo de voz, casi como en una plegaria, digo:

"Su historia ha sido contada."

𝙏𝙖𝙠𝙚 𝙢𝙚 𝙩𝙤 𝘾𝙝𝙪𝗿𝗰𝗵حيث تعيش القصص. اكتشف الآن