一 Capítulo 1: Sono on'na wa ore no kanojodesu

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Kuroshi guardó sus cuadernos y lapiceros en su mochila con toda la rapidez que sus escasas energías le permitían. Las clases de la mañana habían sido tan aburridas y agotadoras como lo eran todos los días, pero todo había empeorado luego de rendir un examen que lo había dejado molido. Finalmente logró meter todas sus cosas en el maletín y se levantó de la silla apresuradamente.

―Kuro ―dijo un chico alto de oscuro cabello corto, acercándose a él―. Vamos a ir al karaoke, ¿te apuntas?

―Hoy no puedo, Taro. Estoy ocupado...

―¡Vamos, Kuro-kun! ―rogó una pequeña chica, uniéndose a la conversación―. Debemos estar los cuatro juntos.

―Realmente no puedo, Tomo-chan.

―¿Qué te va a tener ocupado? ―preguntó a gritos un tercero, desde la puerta del salón―. ¿Vas a ir a cazar conejos?

Los pocos estudiantes que quedaban en el salón rieron, para molestia de Kuro. Aquella broma tan poco ingeniosa tenía como origen su nombre completo: Kuroshi Usagi. Su apellido estaba escrito de la misma forma que la palabra "conejo" por lo que cada vez que querían disgustarlo utilizaban algún tipo de relación con susodicho animal.

―No, Shibo-san, no voy cazar conejos ―espetó Kuro con el ceño fruncido―. Me toca ayudar con las plantas de la azotea.

Taro y Tomo emitieron silbidos de asombro y Shibo lanzó una carcajada. Su instituto se caracterizaba por la exagerada cantidad de plantas ornamentales que poseía en prácticamente todos lados. Algunos decían que habían estado allí desde antes del establecimiento de la institución, por lo que nadie tenía la autoridad de sacarlas. De cualquier forma, los profesores aprovechaban su existencia como un método de enseñanza botánica para los alumnos dándoles tareas relacionadas a su conservación. No era muy complicado cuidarlas, exceptuando por las plantas de la azotea, que eran exóticas y reprsentaba un arduo trabajo hacerse cargo de ellas sin echarlas a perder.

Los amigos de Kuro le dieron su más sentido pésame por su condena y lo dejaron, afirmando que le comprarían algo para subir sus ánimos al día siguiente. Cuando finalmente se vio libre de más interrupciones, se apresuró a dirigirse a la azotea del edificio principal. No le tomó mucho tiempo subir las escaleras y abrir la puerta para ingresar a su destino. Allí encontró aquello que lo había tenido tan emocionado durante todo el día.

Hakuma Hametsu era una persona sumamente misteriosa. Sacaba muy buenas notas y destacaba en casi todos los cursos, además de que poseía una personalidad recatada y encantadora. Sin embargo, no había alguien en todo el instituto que pudiera considerarse su amigo o siquiera un conocido cercano. Nadie sabía donde vivía exactamente y siempre rechazaba con una amable sonrisa las invitaciones que chicos y chicas le hacían para salir a algún lado luego de las clases.

A Kuroshi aquella aura enigmática le fascinaba por completo. Veía a Hakuma como la digna protagonista de una novela de horror, y fantaseaba con los innumerables secretos que su tierna y distante personalidad guardaba. Había hablado con ella algunas veces en el pasado y la había encontrado agradable y simpática. Por eso había decidido que dejaría de limitarse a admirarla desde lejos y esa precisa tarde le declararía sus sentimientos con la esperanza de iniciar una relación con ella.

Kuro se quedó estático en el marco de la puerta de la azotea, admirando azorado cómo el viento revolvía el largo cabello negro de Hakuma. Ella estaba observando un pequeño arbusto de flores rojas y no parecía haberse dado cuenta de la llegada del chico.

―Eh... Hametsu-san... Buenas tardes... ―saludó Kuro luego de varios segundos, intentando mostrar seguridad mientras se acercaba a ella―. Hace un buen clima, ¿no?

HametsuWhere stories live. Discover now