𝑑𝑜𝑐𝑒

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Me hacía feliz ver a Natsume en clase. Era agradable verle asistir, a él, que siempre se ausentaba por falta de ganas, y, aunque se pasara las clases tirado sobre el pupitre, sin querer escuchar y rogando porque terminara, me alegraba los días verle como era habitual en él, desinteresado pero presente.

No era la única que no cabía en si del asombro, puesto que incluso sus amigos se sorprendieron también, pero no le quitaban el mérito.

De vez en cuando intercambiábamos miradas cómplices durante las clases. Me había prometido a mi misma atender y no fijarme tanto en mi compañero de al lado. No obstante, tratándose de él, era francamente imposible. Era muy sensible a sus miradas, a sus gestos e incluso, a sus palabras, que siempre lograban pillarme desprevenida.

El timbre que ponía fin a la jornada escolar del día provocó un estallido en masa. Los alumnos recogían sus pertenencias en una carrera por ver quien lograba escapar antes del aula.

Como siempre, Erica se volvió para hablar conmigo. La mirada de Natsume se clavó en nosotras, y la verdad es que empezaba a acostumbrarme.

—Vamos a ir a la ciudad, hay una tienda muy interesante con cosas del mundo de los humanos. —dijo ella, yo la escuchaba atentamente. —¿Quieres venir con nosotros?

¿Artilugios del mundo humano? Nadie en su sano juicio les diría que no. Sin embargo, había quedado con Natsume en ir al aula de música después de clases. Tenía una promesa que cumplirme, y esa era la de cantarme una bonita canción. Además,  las ganas de ello no me dejaban pensar en nada más.

Pensaba en como decirle que no a Erica sin desilusionarla. Parecía tener muchas ganas de que la acompañara.

—No. —sentenció Natsume, que me sujetó de la mano. —Tenemos planes.

Me sujetó de la mano. Su calor era agradable, tanto que podía olvidarme de la tentadora oferta que me acababan de hacer.

—Bueno no pasa nada, podemos ir otro día. —añadió la chica de los cuernos.

Los tres aseguraron que en otro momento podríamos volver a la ciudad. Por la forma en la que Natsume les miró, podría decirse que no le hizo demasiada gracia, aunque quizás sólo eran imaginaciones mías.

Salimos juntos del aula. Los estudiantes nos miraban curiosos, pero Natsume no me soltó la mano hasta que no llegamos al edificio antiguo, y concretamente al aula de música. Se aseguró de que la puerta estaba bien cerrada y recuperó esa sonrisa que sólo me mostraba a mi.

El corazón no dejó de latirme con tanta fuerza que pensé que se me iba a escapar. Su compañía me gustaba, y no podía alegrarme lo suficiente de que hubiéramos empezado a pasar tiempo juntos. También me gustaba lo que sentía cuando estaba con él, y de alguna forma, comenzaba a hacerme adicta a ello. 

Me encaminé hasta el banco del piano dando saltitos de alegría. Natsume se reía, pero no me importaba. Había estado esperando este momento por mucho más tiempo del que el se imaginaba. Desde aquella noche en el jardín de la escuela, junto al lago.

—¿Qué tipo de canción vas a cantarme?—le pregunté entusiasmada. —Tienes que conocer muchas, ¿no?

Camino a paso tranquilo hasta que alcanzó el final de la sala, donde le esperaba sentada frente al instrumento de cuerdas.

—Unas cuantas, pero estoy pensando en cuál te voy a cantar a ti.

—Una bonita, ¿no?

Se carcajeó.

—Cualquier cosa que cante te va a parecer bonita, Cloé.

Hice un puchero con el que terminé de ganar la partida, al menos por ahora. El muchacho se remangó la camisa y posicionó las manos sobre las teclas del piano. Empezó a tocar con suavidad, la melodía se me colaba por los oídos y me temblaba el corazón.

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Where stories live. Discover now