𝑑𝑖𝑒𝑐𝑖𝑛𝑢𝑒𝑣𝑒

622 89 23
                                    

Su intensa mirada cayó sobre mí. Jamás le había visto de esa manera, tratando de encajar lo que le decía, tratando de asimilar la aspereza de mis palabras. Jamás le había visto intentar con tanta insistencia encontrar las palabras exactas con las que hacerme hablar, parecía haber comprendido por fin que no pensaba echarme

Era todo culpa suya. ¿Por qué? Esa era mi mayor pregunta. ¿Por qué tenía que tratarle de esta manera cuando tenía ganas de que me tocara? Añoraba la sensación de sus dedos acariciándome la piel, añoraba el calor abrasador que sentía por donde quiera que sus dedos pasarán.

Había necesitado tanto que me mirara de la forma en la que me estaba mirando ahora, y sin embargo no era lo mismo, porque ahora sentía algo más; rabia. Una rabia que no podía contener, una rabia que no tenía contemplaciones. Los ojos de Natsume no podrían negociar más con los míos.

—Tengo que seguir con todo esto. Si no pretendes hablar en un futuro próximo... —me crucé de brazos. —Puedes irte y dejarme trabajar.

—Lo siento. —susurró, apenas audible.

Y una mierda. Demonios, mi rabia no hacía más que aumentar, por más que intentaba apaciguarla. Si se quedaba ahí plantado con esa cara de arrepentimiento un segundo más, explotaría.

—Eso no es una pregunta.

Me giré sobre mis talones. Suspiré cuando me encontré con la enorme mesa de madera caoba, sobre la que descansaban tres pilas de gruesos libros. ¿Desde cuándo me parecía un suplicio tener que colocarlos? Natsume había acabado con todo el buen humor que me quedaba.

Aparté el libro que Natsume había traído consigo puesto que no era de la sección en la que me encontraba. Podría colocarlo cuando hubiera terminado con la actual, o en su defecto, dejárselo al señor Haith.

Sabía que seguía plantado justo detrás de mi, pero traté de ignorar su presencia. Le conocía, de hecho creía hacerlo tan bien que hasta me parecía extraño, y por ende sabía que se cansaba fácilmente de las cosas. Pronto se trataría de quedarse ahí plantado, mirando como leía etiquetas y colocaba ejemplares. Pronto se iría y podría trabajar con tranquilidad.

—Sólo dime donde has escuchado esa canción.

Por fin había hablado y me sentía aún peor. Una parte de mí se reía. «¿Qué era lo que esperabas?» me dije. Natsume era impredecible y egoísta. No podía haber otro resultado posible. De ser así, ¿por qué demonios esperaba escuchar otra cosa? Era una ingenua y eso era algo difícil de erradicar.

—En ningún sitio. —respondí. —No la he escuchado en ningún sitio, siempre ha estado en mi cabeza, ¿contento?

Bajé de la escalera tras colocar el ultimo libro de la primera pila. Nuestras miradas se cruzaron, y me bastó una vista rápida para saber que su expresión denotaba insatisfacción, y aunque así fuera, no tenía otra respuesta para esa pregunta.

—¿Cómo puede ser? Me dijiste que nunca escuchaste música en el templo.

Que curioso que recordase algo así, en lugar de rememorar el momento en el que me confesó que era su juguete, porque yo no era capaz de olvidarlo.

—Lo que te dije es la verdad. —me volví para empezar con la siguiente tanda de libros. —Lo que yo canto no es música.

De pronto no me quedo más remedio que quedarme inmóvil. Sus brazos me rodeaban desde atrás, me estrechaba contra su cuerpo con fuerza. Parecía aliviado, respiraba pausadamente y disfrutaba de tenerme en sus brazos. Su calidez se extendía por todo mi cuerpo, como una ola. Esto era lo que tanto había echado de menos, este calor.

𝑀𝑜𝑜𝑛 | 𝑁𝑎𝑡𝑠𝑢𝑚𝑒 - 𝑒𝑝𝘩𝑒𝑚𝑒𝑟𝑎𝑙Where stories live. Discover now