SOLOS

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No sé cuántos días llevábamos ya huyendo de todo ¿8? ¿10? Había perdido la noción del tiempo. Después de aquel día en que perdimos el coche mi padre intentó fallidamente hacer arrancar todos los que nos encontrábamos por el camino, pero está claro que si no sabes hacer un puente no puedes hacerlo.

Nos habíamos encontrado con algunos otros viajeros. Algunas horas no estábamos solos, pero muchos tenían sus propios planes. Algunos no querían moverse hasta ser rescatados, escondiéndose en la ciudad. Otros tenían que ir a buscar familiares, sin querer admitir que seguramente no los encontrarían nunca. Otros se dedicaban a divertirse por estar en éste mundo. Saqueando y matando todos los “esos” que se encontraban por el camino.

Ya hasta me había acostumbrado. Sólo había visto morir a otra persona más a manos de “esos” pero sabía que habría más.

El primer día que mi hermano se topó con uno, chilló cómo jamás lo había oído. Mi padre se lo cargó en un santiamén con lo primero que pilló y tuvimos a Peter sin hablar durante dos días. Sólo miraba al frente y asentía. Odié no ser más fuerte. Odié que estuviese así aunque sabía que no era culpa mía.

Después de eso, simplemente nos habíamos acostumbrado a verlos. Si no hacías ruido parecían no verte al no ser que los tuvieses enfrente. En una cafetería nos encontramos con uno. Lo tenía al lado y podía oír su respiración entre cortada. Empezó a olfatear como si alguien hubiese dejado una tarta recién hecha en una ventana. Absorbió el aire haciendo sonidos desagradables hasta que su nariz y sus ojos se posaron en mí. Su sonrisa se torció ense;ando unos dientes putrefactos aún manchados de víctimas y sus ojos ensangrentados se abrieron. Se tiró a mí como un animal salvaje. Esta vez fue mi madre quien lo mató. Parecía fácil acabar con ellos si dejabas de pensar que sólo eran humanos enfermos. Eran personas y el día que descubriesen que existía una cura, todos seríamos unos asesinos.

-¿En qué piensas?- Sonreí como pude a mi hermano. Por lo menos seguíamos todos juntos.

-En nada Pet, ¿Cómo estás?- Mi hermano se desplomó a mi lado.

-Estoy bien. He estado buscando por toda la tienda y he conseguido encontrar esto en un cajón de un despacho.- Mi hermano sacó una chocolatina de su bolsillo sonriendo. La abrió y me entregó la mitad.

-Gracias. No deberías andar por ahí tú solo.

-Mamá y papá revisaron la tienda. No hay nadie.

-Aun así. No me gusta que vayas solo por tu cuenta.- Asintió.

-Lo siento.

-Te quiero enano.- Lo enganché con el brazo y lo atraje hasta mí.

-Y yo a ti. Me alegro de que estés aquí.- Sonreí.

-Chicos.- Mi madre se asomó por la puerta y nos miró.- Ya está todo listo. Vamos a seguir con el camino hasta encontrar algo. ¿Tenéis todo?.- Asentimos. Nos levantamos. Me colgué la mochila con los medicamentos que llevaba siempre conmigo y agarré mi bate de beisbol. Mi hermano hizo lo mismo con sus cosas y salimos detrás de mi madre por la puerta de la tienda.

Así eran los días. Andar. Buscar un lugar seguro. Sobrevivir. Comer. Vivir. Volver a andar. Al menos habíamos recuperado la capacidad de sonreír cuando estábamos juntos y seguros. La capacidad de soltar una broma y la capacidad de soñar con un mundo mejor.

-¡Mierda!- Gritó mi padre cuando ya estábamos fuera. –Volver a dentro, volver a dentro.- Pero era demasiado tarde. “esos” nos habían olido y corrían hacia nosotros desesperados por morder algo. Rápidamente nos metimos dentro de la tienda de nuevo y cerramos justo para oír cómo sus cuerpos golpeaban contra los cristales del escaparate.

SOBREVIVIENDO AL MAÑANA. (S.A.M). LGBT Where stories live. Discover now