Prólogo: La chica del tren

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Charmin Heinz no es pueblo demasiado gigante, tiene aproximadamente 10.000 habitantes y sumando. Cuenta con todas las comodidades básicas y una que otra que sirve para fomentar el ocio. La estación de trenes se encuentra un poco alejada de resto del pueblo, cercana al bosque que separa a Charmin Heinz de Willowsbrook porque no todos se sienten demasiado cómodos escuchando los trenes todos los días, pero aun así hay algunos apartamentos, grandes casas y pequeños negocios.

En el centro del pueblo, abundan las tiendas carísimas con ropa de diseñador, librerías, unos cuantos restaurantes elegantes, varios locales de comida rápida de distintos tipos, ferreterías, bencineras, alrededor de seis joyerías, dos posadas, un hotel de cinco estrellas, un centro comercial al extremo contrario de la estación de trenes; peluquerías y spas, florerías, uno que otro bar, el ayuntamiento, la estación de policías, la estación de bomberos y el hospital regional Charles Boston, al que llegan siempre niños con fracturas y esquinces por subirse a los árboles, unos cuantos casos de apendicitis y no más de treinta bebés nacidos al año.

La mayoría de los jóvenes asisten a escuelas privadas para así asegurar su entrada a las grandes universidades.

La gente adinerada parece brotar por montones y es que parece que el tranquilo ambiente campestre los atrae con una falsa sensación de tranquilidad.

Aun así, Charmin Heinz parece ser un lugar idílico. Siempre perfecto, con niños correteando en los parques, divertidas actividades en el centro, eventos de caridad y recaudaciones de fondos.

Si hay algo que la gente parece adorar de Charmin Heinz y otros pueblos cercanos, es el clima. Tienen las cuatro estaciones extrañamente definidas. Seis meses de un otoño fresco y anaranjado, tres de un perfecto y blanco invierno, dos meses de colorida primavera y apenas un mes de caluroso verano. Sí, supongo que se puede pensar que el cambio climático es el culpable, pero las cosas siempre han sido así.

Las ventajas de que la mayoría de los habitantes tengan sus propios vehículos, es que la estación de trenes parece nunca llenarse. Bueno, al menos no hacia el sur, porque hacia el norte es un cuento completamente aparte.

Un guardia camina de lado a lado por el lado sur, vigilando que nadie sobrepase la línea, una mujer con su bebé canta canciones de cuna, un padre con dos gemelas de seis o siete años habla por teléfono, mientras las niñas juegan a las escondidas, un hombre de traje discute por teléfono y amenaza con demandar a toda una compañía de seguros, unas chicas universitarias discuten sobre en el examen de derecho romano que reprobaron el año pasado y un joven de traje lee furiosamente los papeles en sus manos con el ceño fruncido.

Su editor ya le había dicho lo que debía corregir. El manuscrito está lleno de tinta roja por todos lados: anotaciones, párrafos tachados, sugerencias y un montón de otras cosas que estaban haciendo que Jason pierda la cabeza.

Solo quiere llegar pronto a su apartamento para hundirse en la miseria y terminar de corregir los capítulos para así poder seguir trabajando en los otros.

El señor Williamson, su editor, le dijo que debía tener listos otros cinco capítulos para la próxima semana y así cumplir con la fecha especulativa de publicación de la editorial. De lo contrario, se atrasarían al menos un mes y el libro terminaría siendo publicado después de navidad (algo muy malo ya que, según el señor Williamson, las ventas suben en diciembre gracias a las fiestas).

La estación comienza a temblar como avisando que el tren está por llegar a la estación y la gente comienza a acercarse.

Finalmente, el tren aparece frente a ellos y abre sus puertas. Está prácticamente vacío, solo un par de asientos ocupados y otras personas que prefieren irse de pie por distintas razones.

Just That Girl: Porque amar nunca fue tan prohibido ✔Where stories live. Discover now