5. ¿Quiénes son los nuevos vecinos?

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Katherin Lapuerta era la mejor en lo que hacía, pero lo mejor que hacía, no era valorado por todos

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Katherin Lapuerta era la mejor en lo que hacía, pero lo mejor que hacía, no era valorado por todos. Aun así, estaba segura de que tarde o temprano sus investigaciones saldrían a la luz, que tendrían la relevancia que merecen, y entonces, tanta dedicación habría valido la pena.

El timbre retumbó por toda la casa.

—¡Al fin! —celebró, y corrió a abrir de inmediato.

—Buen día. Paquete para Avenida Pancake con Calle Taco, casa 8-Tostada, a nombre de Katherin Lapuerta —anunció el acuerpado repartidor.

—Sí, soy yo.

—Muy bien, por favor firme aquí. —Le extendió la libreta.

Ella tomó el lapicero y plasmó su trazo con rapidez. Lo regresó al joven entusiasmada, pero en él brotó un gesto confuso.

—Señora, ¿por qué le pone una carita feliz? Debo entregar estos papeles a la oficina.

—Pues porque estoy feliz de que haya llegado, dah, ahora... —Tomó la puerta con intención de cerrarla, pero entonces...

—Uh, la lá. —Escucharon detrás.

Cuando se giraron, Chencha caminaba hacia la puerta sensualmente, cubierta por nada más que su suave bata de dormir. Solo se detuvo en la barra cercana a la cocina para tomar una fresa. El repartidor pestañeó asombrado.

—Mamá —murmuró Katherin en regaño. La vergüenza se apoderaba de sus cachetes.

—Pero qué tenemos aquí. —Al llegar extendió un brazo en torno al marco de la puerta y con el otro llevó la fresa a su boca, chupándola con perversión—. Un apuesto y joven repartidor de correos. ¿Qué planeas hacer esta noche, bebé? Esta abuela estaría encantada de que la ayudaras a desempacar unas cuantas cajas.

La nona estaba en lo cierto, el hombre parecía esculpido por los mismos dioses; su uniforme le tallaba la musculatura, algunas venas brotadas, se veía tan apretado que hacía que la abuela terminara de degustar la fresa de manera insana. Había movido todas las fibras en la joven abuela.

El repartidor sacudió la cabeza, perplejo.

—Ehhh, tengo que irme. —Señaló hacia atrás con su pulgar y huyó a gran velocidad.

—Mira ese trasero redondo, querida. —Saboreó—. Ese es el trasero de Pizzalia.

—Estás demente —contestó Katherin, cerrando de un portazo—. Pareces una adolescente con las hormonas alborotadas. Estoy seguro de que el pobre hombre jamás en su vida volverá a tocar la entrada de esta casa.

—Tarde o temprano, todos caen rendidos ante esta joven influencer —defendió con orgullo—. ¿Qué tienes ahí?

—Algo que pedí hace dos días. —Rompió el paquete con rapidez, contenía dos cajas pequeñas—. Me alegra que llegara tan rápido.

Nona al rescateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora