9 ||ELLA||

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ADIRAEL INFERNO;

Las manos me empezaron a picar de una manera sobrenatural que no lograba entender, la brisa nocturna que se filtraba por la ventana era atroz, cada jodido movimiento que hacia se volvía en mi contra, no podía moverme, no podía parpadear, eso sería mi fin. Esa esencia demoníaca que desprendía no era bienvenida en la tierra, no era bienvenida en este lugar tan débil. No era bienvenida a mi casa.

Las fuertes ráfagas de viento que me acariciaban la piel humana no me hacían ni pestañear, levanté las cejas confuso, tal vez porque esta esencia me recordaba mucho a mi lugar de origen, el infierno.

La estrella satánica que se localizaba en el suelo, era la única que nos protegía de los seres celestiales, de aquellos ángeles malparidos y de su ego de mierda, la única que nos avisaba cuando un ser demoníaco había tocado tierra, la que ardía al notar un demonio alrededor de nosotros.

No podía moverme por una simple razón, me encontraba justo en el centro de la maldita estrella, cuando la estrella ardia y algún demonio se localizaba en el centro, esta paralizaba al ser de inmediato y crea una barrera imposible de romper alrededor de ella.

Se podía usar como protección, pero otras veces esta misma sería tu condena y se usaría en tu contra.

—Vaya hermanita, te había subestimado.—Gruñi.

Empecé a resistirme a aquella fuerza descomunal que estaba ejercida sobre mi ser, forcé mis músculos al ritmo de mi ira e intenté erradicar la fusión de la fuerza demoníaca con la estrella.

Me gustaba mi cuerpo, tampoco iba a negarlo.

—No te esfuerces hermanito, no vas a poder salir de ahí.—La insoportable voz de mi hermana atravesó mis tímpanos.

No la veía, pero estaba aquí y eso significaba que no podría moverme hasta que a ella le diera la realisima gana. Asique fuerzo mi ira y la alimento del miedo de los mortales de New York, esa mierda de impotencia que creían tener para aferrarse a lo primero que tenían delante con tal de salvarse, esa mierda de sensaciones que desprendían, el miedo al rechazo, el miedo a enamorarse, el miedo a la traición. Me alimentaba del miedo de las personas, de aquellos sueños rotos que no lograban cumplir, de las promesas que rompían y de las miles de sensaciónes y sentimientos que sentían. La dominante expresión de mi cara al fin reinó en mi rostro permitiéndome moverla a mi gusto, me sentía liberado de aquella cadena abstracta procedente del mismísimo infierno. Sonreí burlón, ya no podía manipularme, su fuerza había cedido a mis encantos demoníacos.

Me liberé de aquella postura infernal y empecé a sentir el calor que siempre anhelaba mi cuerpo volver a experimentar, una y otra vez, mi sangre caliente me lo gritaba, mi cuerpo ardiente me pedía a gritos esa pizca de temperatura para así poder sentirse a salvo, a salvo de todo conjuro y maldiciones, de los seres demoníacos que me odiaban y de los malditos ángeles, esas alas tan puras y fluorescentes me cegaban por completo, me asqueban de tal manera que prefería tragarme mi propio veneno para así dejar de verlas, son horribles.

La estrella se apagó impaciente, dejé que mis ojos vagasen por el escenario intentando averiguar de donde procedía esa esencia demoníaca para poder encontrar a mi querida hermana, la odiaba, era un ser asqurosamente odioso, era una diablesa capaz de destrozarte la mísera existencia si ella misma se lo planteaba. Daba asco su persona, daba asco su lealtad y su ego, el ser más traicionero que ha pisado el universo, incluso antes que Judas.

Era una de las pocas diablesas creadas en las cortes satánicas, no tenía alma, se alimentaba del desorden emocional de los humanos, cuando algo les preocupaba ella no les dejaba ni respirar de tanto darle vueltas a las cosas, era tan cabezota y siniestra que me daban la razón siempre que la describía.

|ENTRE CAÍDOS|©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora