A fin de llevar a cabo sus planes, era preciso que Martin se quedara en casa
aquel día. Así pues, no tuvo apetito durante el desayuno y, justo a la hora de
salir de casa, sintió un intenso dolor en el pecho, lo que hizo aconsejable que,
en lugar de salir con Mark rumbo a la escuela de enseñanza secundaria,
heredara el sillón de su padre junto a la chimenea y también su periódico
matutino. Una vez resuelto este punto satisfactoriamente, con Mark en la clase
del señor Sumner y Matthew y el señor Yorke metidos en la oficina de
contabilidad, sólo quedaban otras tres hazañas, no, cuatro, por lograr.
La primera de ellas era comerse el desayuno que aún no había probado y
del que sus quince años difícilmente podían prescindir; la segunda, tercera y
cuarta eran conseguir librarse de su madre, de la señorita Moore y de la señora
Horsfall, sucesivamente, antes de las cuatro de la tarde.
La primera era, por el momento, la más acuciante, puesto que la tarea que
pensaba abordar exigía cierta cantidad de energía que su juvenil estómago
vacío no parecía capaz de aportar.
Martin conocía el camino de la despensa y, puesto que lo conocía, tomó
esa dirección. Los sirvientes estaban en la cocina, desayunando solemnemente
con las puertas cerradas; su madre y la señorita Moore estaban tomando el aire
en el jardín y hablando sobre las susodichas puertas. A salvo en la despensa,
Martin hizo una cuidada selección de provisiones; estaba decidido a
compensar la demora con un desayuno rebuscado. Le pareció deseable y
aconsejable variar su dieta habitual, y algo insípida, de pan con leche, y se le
ocurrió que podía combinar lo sabroso con lo saludable. En un estante había
una cantidad de rosadas manzanas guardadas entre paja; cogió tres. Había
pastas en una bandeja; escogió un buñuelo de albaricoque y una tarta de
ciruelas damascenas. No demoró la vista en el sencillo pan casero, pero
inspeccionó con interés unos pastelillos de grosella para el té, y se dignó elegir
uno. Gracias a su navaja de muelle pudo apropiarse de un ala de pollo y de una
lonja de jamón; pensó que unas natillas armonizarían con las demás viandas y,
habiéndolas añadido a su botín, salió finalmente al vestíbulo. Se encontraba a
medio camino de la salita de atrás —tres pasos más y habría anclado ya en
aquel puerto seguro— cuando se abrió la puerta principal y apareció Matthew
en el umbral. Mucho mejor habría sido ver aparecer al viejo caballero con toda
su parafernalia de cuernos, cola y pezuñas.
A Matthew, escéptico y sarcástico, le había costado dar crédito al dolor del
pecho desde un principio: había mascullado unas palabras, entre las que la
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SHIRLEY
General FictionRobert Moore, «hombre importante, hombre de acción», dueño de una fábrica textil sacudida por los efectos económicos de las guerras napoleónicas y por el temor de los obreros a la revolución industrial, se debate entre el amor callado de su prima Ca...