Capítulo 4. Chopin

221 16 0
                                    

Era sábado. Habían regresado el viernes de madrugada, y después de ponerse al día con el trabajo atrasado y sin casos a la vista, Morgan había decidido ocupar el fin de semana en comenzar las obras. El viernes por la mañana había llamado al amigo de Emily, y ese mismo día por la tarde se había pasado por la casa y había afinado el piano. Tal y como Emily le había adelantado, el piano únicamente necesitaba una puesta a punto, o al menos así se lo había confirmado su amigo. Cierto era que difícilmente él podría comprobarlo por sí mismo. Estaba seguro de que no habría sido capaz más que de aporrear las teclas sin sentido.

Decidió comenzar con el baño del dormitorio principal. Había agua corriente, pero la caldera no funcionaba. Había bajado al sótano por la mañana para verificar su estado y tal y como temía, habría que cambiarla.

A media mañana ya había picado parte del suelo y las paredes del baño, descubriendo las tuberías. Ya atardecía cuando terminó con esa parte del trabajo. Aún le quedaba sustituir las piezas del baño. Esperaba poder mantener el mueble del lavabo. Una pieza antigua bien conservada. La bañera, sin embargo, definitivamente no tenía salvación. La habría dejado allí momentáneamente hasta encontrarle sustituto, pero en la casa había dos baños más completos que podría usar mientras tanto, aunque tuviera que soportar el agua fría.

Comprobó la hora en su teléfono móvil y fue cuando vio que había un mensaje de Emily interesándose por el piano. Le escribió un escueto "Solucionado. Gracias" y lo envió. Se quedó mirando el móvil como si esperara absurdamente que ella estuviera al otro lado aguardando su respuesta. Sorprendentemente, ella contestó con otro breve "¿Estás en la casa?". Derek le envió un "Sí. Me quedo el fin de semana". Estuvo a punto de pedirle que se pasara al día siguiente, pero ella fue más rápida. "¿Pizza esta noche?". Morgan sonrió para sí mismo y le devolvió un "Te espero".

Emily llegó a la casa justo cuando los últimos rayos de luz se escondían detrás del horizonte. Ahora, sin testigos por medio, se sintió libre para contemplar su antiguo hogar con libertad. Tenía que admitir que seguía tan imponente como la recordaba. En realidad no estaba segura de si eso era una cualidad o un defecto. Cuando miraba su fachada, se volvía a sentir como si tuviera diez años. Eran un cúmulo de emociones contradictorias que no podía definir. Se acercó a la puerta principal. La aldaba, tan antigua como la propia casa, con ese toque casi barroco, seguía allí, esperando a que alguien volviera a utilizarla después de tantos años. Sin embargo, no fue necesario. Morgan había dejado la puerta abierta, tal y como había hecho también con la reja exterior.

Empujó la puerta y se adentró por segunda vez en aquel salón majestuoso. El piano ahora relucía como si nunca hubiera pasado el tiempo. En esta ocasión, se atrevió a acercarse. Dejó a un lado la caja con la pizza, y acarició suavemente la madera de su armazón, con la nostalgia de aquellos momentos en los que pasaba las horas tocándolo, en la más absoluta soledad. Emily recibía clases en su casa, pero rara vez se acercaba al piano si su madre estaba cerca. Jamás supo lo mucho que había avanzado en sus clases en apenas unos meses. Aprendió aún más de forma autodidacta, sin más testigos que el servicio de la casa. Fred, el jardinero; Hannah, la ama de llaves; y Rose, la cocinera. Ninguno de ellos la molestaba con comentarios inoportunos. Siempre discretos. Todo lo contrario a su madre. Su padre la había escuchado en varias ocasiones. Se sentía más segura cuando estaba él, pero cuando finalmente las abandonó, simplemente borró esos recuerdos de su mente.

Como si estuviera hipnotizada, se sentó en la butaca frente al piano. Deslizó sus dedos por las teclas, que le devolvieron parte de la escala musical.

Y luego simplemente comenzó a tocar.

Morgan, acababa de salir de la ducha cuando le pareció escuchar unas notas desgranadas. Sonrió para sí mismo, asumiendo que Emily había llegado. Terminó de secarse y comenzó a vestirse. Fue entonces cuando las notas desgranadas se convirtieron en una melodía. Se detuvo a escuchar sólo para cerciorarse de que no estaba equivocado. Se acercó a la puerta del dormitorio y desde allí, ya no tuvo duda alguna. No era un experto en música clásica, pero sabía lo suficiente como para reconocer a Chopin. Se puso los vaqueros, olvidándose de la camiseta, y se asomó a la barandilla de la planta alta. Desde allí, podía ver el salón al completo. Y en el centro, a Emily totalmente absorta tocando el piano. Contuvo el aliento. Ese día había escogido un vestido ligero, con el cuello en "v" y con un discreto estampado floral en tonos azules. El cabello le caía delicadamente sobre los hombros, luciendo sus ondas naturales que enmarcaban su pálido rostro. Jamás la había visto así. Estaba seguro de que aquella imagen de ella, tocando el piano apaciblemente, permanecería en su retina para siempre.

CIMIENTOSWhere stories live. Discover now