2. Ilusión mortal

285 51 11
                                    


ILUSIÓN MORTAL

67 días despierto.

Hago una mueca de asco al tragar el líquido negro y espumoso, no sabe en lo absoluto a como debería, o quizás simplemente mi paladar no sirve para degustar café.

Escucho ruidos en la habitación de arriba, ese joven irritante y alcohólico ha elevado la música a un volumen completamente ilegal para un día martes por la noche. Además de haber llenado hasta el tope su departamento, de jóvenes que huelen a hormonas y sangre alcoholizada.

Oigo sus conversaciones con una claridad abrumadora, como si las paredes no existieran y los adolescentes estuviesen a dos pasos de mí ubicación.

—¿Quién dices que es el tipo de abajo? —duda una jovencita, por su tono de voz y olor corporal no debe pasar los 17 años.

—Un imbécil, debe ser un universitario trasnochado, porque siempre anda leyendo algo y trae ojeras moradas todo el tiempo —le contesta el anfitrión de dicha reunión —. Su presencia es...¿Cómo decirlo? Irritante, no sé, da escalofríos mirarlo. Aunque a mi vecina de arriba, la loquita de anteojos como Harry Potter, dice que es atractivo. Reverenda estupidez, ¿verdad? El tipo tiene una palidez horrible, como si siempre tuviera ganas de vomitar.

Maldigo las vocecitas chillonas mezcladas con celos juveniles.

Trato de concentrar mis oídos en los movimientos de una pequeña hormiga, que se mueve a paso rápido mientras se lleva unas migas de un desayuno que jamás comí.

Marco el día de hoy en un gastado almanaque color rojo, 8 de noviembre. Dos meses y siete días desde que desperté.

Dejo caer el bolígrafo al piso y me dejó aturdir por su sonido sordo, repitiendolo una y otra vez en mi cabeza; trato de mantener mi mente ocupada. Pero, esto no ha salido bien.

Desde que desperté me siento una persona completamente diferente, de hecho, más que efectivamente, soy una persona completamente diferente. Si es que ha mi estado podemos llamarlo "persona viva". No muerto, encaja más con la definición que podría etiquetarle a mi ser.

Recuerdo exactamente como fue mi despertar, helado y ardiente al mismo tiempo. Me encontré sobre la arena, empapado hasta los huesos, sintiendo como si mi pecho fuera abierto con una daga y golpeado por un martillo, un dolor cegador que me hacía revolcar sobre las piedras diminutas y quejarme con agonía.

El llevar mi manos a la garganta no descubrí más que una sed deliberadamente desesperante, como si mi paladar no fuera más que una madera podrida y áspera, y perforarán mi garganta con incontables agujas calientes.

No pude ponerme de pie hasta familiarizarme con el dolor. Camine a ciegas, tropezando y confundiendo mis sentidos, oía voces pero no veía a nadie, veía objetos a muy corta distancia y de la nada los encontraba a kilómetros de distancia, olía flores, humedad y después divisaba el bosque a una lejanía abrumadora.

Me costó muchísimo no dejarme aturdir por mis nuevos sentidos. Que me convertían en un ser totalmente extraordinario, un predador caminante y desorientado.

Unos pasos suaves y aroma a humano me ponen alerta. Bajo mis pies de la mesada, acomodo mis hombros y comienzo a respirar, poniendo en práctica mi fachada de humano.

Espero el llamado, que se hace rogar tras la inseguridad de la joven. Pero lo hace.

Abro la puerta encontrándome con Melody Nara, una jovencita de diecinueve años, siempre carga consigo unos anteojos perfectamente circulares. Es estudiante de la facultad de medicina, toma dos clases cada tarde, la escucho llegar a su departamento eso de las ocho de la noche a más tardar. Una persona sencilla y reservada que no camina por las calles en las madrugadas; a salvo de mí.

La primera vida de Marcus ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora