9. Un hombre lobo

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UN HOMBRE LOBO

Marcus

Puedo ver el horror en sus ojos. Mediante una sensación tirante y quebradiza se esparce por la piel de mi rostro, cual papel seco y quebrado, captó como diminutas facciones alargadas se parten y se convierten en ceniza grisácea ante los rayos del sol. Y vuelan por los aires impulsadas por la brisa cortantemente fría, la cual no se topa con ninguna diferencia de temperatura al rozar mi cuerpo.

Espero su reacción, espero que el horror impulsado por la sorpresa del miedo se transforme en un miedo racional ante la imagen de mi patético intento de humanidad.

Erick parece altercar con su razón, y divisó renitencia en su rostro.

Avanzó hacia la sombra del edificio. Una vez que mi cuerpo no se encuentra en el sol, toda señal de quemaduras se repela instantáneamente.

Huelo su presencia; similar a carne cruda y sangre seca.

Erick retrocede, apoyando su nuca contra los ladrillos de la pared ensombrecida, y fija su mirada en aquello que ya ha sido percibido por mí ante el percance de Erick.

Volteo y encuentro su mirar rojo y mortífero.

—¿Desde cuando un desalmado protege humanos? —vacila y una sonrisa se plasma en su rostro moreno.

—¿Desde cuando un licántropo se mete en sus asuntos? —lo desafío.

Su rostro se vuelve irascible y un bramido gutural brota desde su pecho. La bestia aparece en unos pocos instantes.

No necesito tiempo para prepararme. Solamente me agazapo y resisto su ataque feroz y con intenciones de despedazar cada extremidad de mi piel que sea capaz de alcanzar.

Sus fauces huelen a muerte y lucen sus brillantes colmillos, que se juntan y separan con impactos violentos que crujen como acero a pocos centímetros de mi rostro.

La fuerza de mis piernas, que se apoyan contra el pecho de la bestia, son lo que me salva de sus dientes afilados.

Extiendo mis brazos a los lados, agarrando sus patas delanteras con firmeza para evitar sus garras.

Con un movimiento violento y repentino el licántropo se safa de mi agarre, cruza por encima de mi ser y, antes de poder erguir mi cuerpo y ponerme en pie, siento como sus colmillos se clavan cuales navajas afiladas sobre mi hombro izquierdo, sacudiendo mi cuerpo en un intento mortal de arrancarme el brazo.

Impulso mi cuerpo elevando mis piernas y golpeando con ferocidad, con la punta de mis pies, sobre la cabeza del lobo. Quien deja escapar un ladrido de dolor, aprovechó el impulso y golpeó con mis puños fuertemente sobre el hocico del licántropo, provocando suficiente dolor para hacerme soltar.

Me pongo de pie y le gruño advirtiéndole más dolor ante la idea de un nuevo ataque.

—Nunca podrás escapar de tu legado. —La advertencia gutural aturde mi cabeza, como proveniente de todas direcciones no me da un punto fijo al cual mirar.

Comprendo escuchar la voz directamente de la mente de la bestia.

—¿Qué?

—Tu legado —repite —, jamás podrás huir, sin importar donde te escondas. La ridícula compañía de los humanos será tu condena.

No le encuentro vueltas a sus palabras en tono grave, repleta de sinceridad que tira a verdadera diversión ante maldiciones dadas por hecho irrevocable.

La primera vida de Marcus ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora