10. La bruja (Parte uno)

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Los ojos que ocultan secretos se esconden bajo las pestañas.
 

LA BRUJA


El viaje al sur se torna difícilmente llevadero.

Avanzamos cubiertos por la penumbra de la noche y distanciados por la vida de Erick.

Primeramente su proposición es viajar en autobús; medianamente económico y solo nos tomaría un día. Pero, ubicarme en medio de indefensos humanos, a escasos centímetros de cada uno, nos arriesgaría a que mi monstruo interno se liberé con violencia y acabé con la vida de todos los presentes, antes incluso de que alguno note lo que está sucediendo.

No encierres al lobo en el corral de las ovejas.

Un transporte aéreo es lo más factible, menos tiempo para sufrir la sed y la proximidad. Y, luego de que Erick cambia un par de monedas de oro en un banco, no es complicado abordar uno. Incluso durante el día.

Bajamos en el aeropuerto de Ushuaia, a plena luz del día.

Erick me echa una mirada de preocupación.

Tiro de la capucha de mi abrigo hasta asegurarme que ensombrece mi rostro, contengo la respiración para limitar a mi aguda capacidad de captar aromas, y avanzó con la cabeza encorvada hacia al frente.

—¿Qué le pasa a tus ojos? —interroga Erick con aire de nerviosismo y sorpresa.

—¿Qué tienen?

—¡Se ven rojos! —murmura con exaltación.

—Tengo sed.

Erick quita su mochila de la espalda, abre un bolsillo pequeño y obtiene unas gafas oscuras.

Me las entrega.

Agradezco en silencio y me las coloco, el filtro oscuro no obstaculiza en nada mi visión convenientemente buena.

Como un regalo preparado, mientras Erick busca el Museo exacto en un GPS, descubre que el Museo se encuentra aquí mismo; capital de Tierra del Fuego.

Nos detenemos en una plaza pública, lo más alejados posible de los niños humanos que gritan y juegan mientras dan vueltas en los juegos.

—¿Por qué? —interrogó a Erick.

—¿De qué hablas?

—Ese primer día, en mi departamento, me dijiste que las reliquias de la oscuridad estaban en la capital del país, y ahora resulta que están aquí; la ciudad del fin del mundo.

—Ah, eso. —Erick sonríe —La verdad es que no lo recordaba con exactitud, solo lo dije porque tenía miedo de que me golpearas.

—¿Intentabas engañarme?

—Soy bueno en eso, mentir; de otra forma ya me hubieran atrapado mis problemas.

—¿Por qué estás tan seguro de que eres bueno en eso, hasta el punto de vanagloriarte a ti mismo?

—Bueno, no quiero oírme presumido, pero engañe a un vampiro, ¿lo sabías?

Contengo una sonrisa.

La llegada del crepúsculo es una señal doblemente contradictoria; seguridad para mí y muerte para los demás.

—Sana distancia —le recuerdo a Erick.

El crea un espacio de un metro de distancia al caminar por mi lado derecho.

Las personas son atraídas por las pocas facciones de mi rostro que quedan a la deriva a través de la capucha del abrigo. Al momento de pasar a mi lado, se voltean para contemplarme e instintivamente se apartan de mi camino.

La primera vida de Marcus ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora