El Soldado ha escapado.
Es libre, pero el mundo no lo dejará respirar tranquilo. Lo buscan, por todas partes, vivo o muerto.
El mundo lo busca. Su cabeza lo controla.
Camina por las calles, pero sigue siendo el mismo prisionero.
Sus demonios inter...
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» 01 . 12 . 1963
No era capaz de abrir los ojos.
Lo intentó varias veces y en cada uno de esos intentos solo encontró oscuridad. Todo era extraño, vacío, completamente desconocido. No sabía donde estaba ni qué día era.
Era como si de repente hubiese despertado en medio de la nada. Solo, abandonado y desorientado.
Quiso moverse, salir de esa situación que segundo a segundo lo asustaba más y más.
No podía.
Estaba inmovilizado, atrapado dentro de un cuerpo que no obedecía ninguna de sus órdenes, que sin saberlo se había convertido en la peor de las cárceles, una de la que nunca podría escapar.
Nunca, por más que lo intentase, no escaparía.
Jadeó asustado, desesperado por mover aunque solo fuese un dedo, luchando por salir de esa tiniebla que lo rodeaba.
― Bienvenido Soldado ― escuchó una voz que él no supo reconocer ― Solamente ha pasado una semana, sin embargo, estamos seguros de que esta vez colaborarás ― notas tranquilidad se escuchaban en esa voz.
La sala se iluminó, cegándolo con la intensidad de la luz.
― ¿Recuerdas algo de la última sesión? ― preguntó acercándose a él con una libreta entre manos. Quiso retroceder, estaba asustado y perdido, pero lo único consiguió fue que su espalda se hundiera más en esa camilla acolchada en la que se encontraba.
― ¿Qué sesión? ― contestó con otra pregunta. No entendía qué estaba pasando, ni mucho menos qué hacía atado de pies y manos a una camilla.
Alcanzó a ver una pequeña sonrisa en aquel hombre que lo estaba interrogaba.
― ¿Cómo te llamas? ― preguntó al tiempo que la puerta se abría dejando que una enfermera y dos hombres armados entraran.
― Yo... ― su voz tembló, la enfermera se acercaba a él mientras los otros dos hombres se colocaban estratégicamente. Se sentía acorralado.
― ¿Sabes qué día es? ― las preguntas seguían y la confusión aumentaba. Era incapaz de responder.
― Señor, las pulsaciones del Soldado se están disparando ― dijo la enfermera con los ojos puestos en un pequeño monitor. El prisionero se miró a sí mismo, estaba rodeado de cables y una aguja colgaba de su brazo.