• 07; Solo compañeros.

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—Lamento interrumpirte pero he vuelto a pelear con Albus.

Esas eran las palabras que oía cada mañana muy temprano cuando cierto cabeza de nido llegaba a su puerta para despertarlo.

Ya se estaba arrepintiendo de hacerse metido en ese asunto.

Agradecía que ese día se estuviera celebrando San Valentín, los alumnos corrían de un lado a otro muy emocionados al esperar que sus sentimientos fuesen correspondidos o si estaban en pareja salían a Hogsmade. Por suerte era domingo para ellos para disfrutar el tiempo suficiente con sus parejas o llorando por no tenerlo.

Él se había sorprendido de haber recibido algunas cartas donde le decían que lo admiraban por ser un buen maestro, incluso por ser tan guapo que no aparentaba su edad.

Sin embargo él no era ningún Lockhart que estaría entre orgasmos de emoción por saber que tenía admiradores en el colegio. Lo qué había hecho con las cartas era echarlas a la basura, los duendes se encargarían de ellas. Además los alumnos debían de tener el pensamiento racional de que era muy mayor. Ni tanto, le dolía pensar en eso.

Terminó de cepillar su cabello sin tener las intenciones de recogerlo aquel día, le sorprendía lo mucho que había crecido hasta su cintura. Ni siquiera el sabía porqué se lo había dejado crecer, solo había buscado la manera de dejar ser su pasado tratando de buscar una nueva apariencia, pero siempre que miraba su rostro, veía aquel chiquillo temeroso que solo deseaba una familia feliz.

Pero en ese momento no tenía planes de salir, había recibido una carta de su madre que le obligó a salir de la cama y comenzar a arreglarse.

Cambió las túnica por un traje elegante negro que siempre estaba acostumbrado a llevar, y aunque sus intenciones no eran recoger su cabello, él se lo había acomodado en una coleta no apretada que le daba la libertad de no tener ningún dolor de cabeza. Ya le había avisado a McGonagall que estaría afuera el resto del día y ella había accedido al darle libre acceso a su chimenea.

Toc, toc, toc.

Llamaron a la puerta interrumpiendo sus deseos de querer irse.

Toc toc toc.

Volvieron a insistir sin darle el tiempo de poder maldecir porque ya estaba caminando directamente hasta la puerta para abrirla y encontrarse de enfrente a Albus con su padre, ambos sonriendo, uno más forzado que otro.

—Maestro Malfoy, lamento la interrupción —dijo nervioso, más al verlo vestido de otra forma— mi padre le ha pedido permiso a la directora McGonagall para pasar todo el día conmigo, quería ver si usted quiere venir con nosotros.

—¿Con ustedes? —los miró sorprendido, Harry con la mirada le echaba la culpa al niño.

—Si, verá... sé que pelearé con él, y si usted está entonces me sentiré mejor.

—Me encantaría Albus, pero tengo una cosa que hacer...—miró hacia la chimenea detrás suya, las llamas verdes ya estaban preparadas.

La tristeza en la mirada ajena le estaba removiendo el alma, era como si pudiera leerle la mente de que había estado pensando por mucho tiempo que cosas iba a hacer con los dos o como se podría divertir.

Albus jamás le había dedicado una mirada como si lo estuviera decepcionando.

¿¡Acaso ese mocoso lo estaba chantajeando!?

Se la pensó varias veces antes de hablar y aunque quisiera echarse para atrás, ya había abierto la boca.

—Podrían acompañarme a mi hogar, necesito hacer algo ahí y después podríamos...ir a dónde quieran —se sintió un maldito tonto cuando la sonrisa de Albus había vuelto.

Un millón de piezas;  [ Harco ] Where stories live. Discover now