CAPÍTULO TRECE- lejos de la ciudad.

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    Zuko, muchas veces, cuando era no más que un niño de once años; se preguntaba seriamente qué pasaba luego del final de las películas de Disney, cuando los protagonistas se besaban, y la pantalla se tornaba de un color negro—mientras pasaban los créditos. Qué pasaba luego de los besos, de confesarse su amor...

    Ahora lo sabía.

    Aang estaba sentado frente a él, luciendo su tono rosáceo en sus mejillas, y una linda sonrisa. Zuko tenía su nariz contra la suya, y veía como los dedos de Aang jugaban con los suyos; en un agarre de manos juguetón, aparentemente él de tatuajes marcaba un ritmo chocando la yema de sus dedos uno por uno. Luego de darse su primer beso, y de la confesión más extraña e inexperta que Zuko jamás pensó que podría existir.

    Oyó movimiento en la planta baja, y desvió sus orbes ámbar de los grises de Aang, mirando a la puerta del cuarto. Él estaba sentado con las piernas cruzadas sobre el colchón, y Aang estaba en esa misma posición; ambos observaban la puerta y guardaban silencio, oyendo como Gyatso saludaba al tío de Zuko.

    —Sí, me han llegado las llamadas. Pero tú sabes, la tecnología no es para mí. Cuando he querido responder, se apagó el teléfono móvil —contaba él viejo Iroh, mientras Gyatso se ofrecía a darle una taza de té. —, oh, sí, muchas gracias —aceptó.

    —Su sobrino está con mi hijo arriba, sí quiere puede ir a buscarlo. —oyeron a Gyatso decir.

   Iroh tomó una pausa, —Luego. No quiero interrumpir, conociendo a mi sobrino se estará desahogando —Aang hizo un ademán de reírse, y Zuko lo miró ruborizado, —. GranGran me llamó al teléfono fijo —contó cuando Gyatso le preguntó cómo supo a dónde llegar, —, el de la casa, así que fue más fácil atender.

    —Ah, ya veo. —Gyatso contestó pacífico, y continuaron hablando.

    Zuko miró nuevamente a Aang, —Debería bajar. No quiero que termines encariñándote conmigo en tu casa —dijo, refiriéndose a él como sí fuera un perrito.

    Él más bajo frunció el ceño, — ¿No me visitarás? —preguntó y Zuko se rió levemente, la casa de su tío estaba algo lejos de la ciudad; y no quería forzar demasiado el auto de su tío, porque no era precisamente el auto más cuidado e insonoro. El auto del viejo Iroh se caracterizaba por hacer un ruido de los mil demonios, que no se acomodaba ni yendo mil veces al mecánico. Pero eso no quería decir que no visitaría a Aang, o dejaría de ir a la escuela.

    Esperaba, pero no metería las manos al fuego porque su padre siguiera pagando sus estudios, luego de cómo le habló y rechazó.

    —Claro que sí, así sea montando a caballo; te visito —decretó él de cicatriz.

    Aang se rió, negando con la cabeza, —No me dijiste que sabías montar.

    Zuko se encogió de hombros, —Aprenderé.

    — ¿Aprenderás a qué, sobrino? —la puerta llevaba quizás más de unos cinco minutos abierta. Y Zuko no sabía cómo preguntarle al universo en contra suya. Carraspeó y se separó de Aang, rojo como un tomate, y él de tatuajes solo se reía nervioso y fingía ver su celular; sin tener en cuenta que estaba apagado, y tenía la pantalla mirando para su palma. Iroh solo se rió, — ¿Me ayudas a subir las cosas Betsy?

『 Dos renegados enamoradísimos 』ーAvatar: él último maestro aire.Where stories live. Discover now