Capítulo 2

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Ante el gesto de sorpresa de Natalia, Alba elevó sus cejas en señal de venganza, después durante la cena estuvieron hablando de anécdotas vividas allí en aquel lugar, de los miedos, de las situaciones de riesgo, de las buenas operaciones, de los niños salvados, de los perdidos a mitad camino, Alba les escuchaba atentamente, cuando hablaba de su trabajo Natalia era totalmente diferente, así como Vilches se les encendía en los ojos, un brillo especial, el brillo que ella entendió como lo que tanto había pensado hacer todo cuanto se podía humanamente por otra persona. De igual manera lo hacía Teresa, expectante ante los gestos de Alba, parecía que la chica se iba acomodando con la pareja, aunque seguía astillada con la doctora, porque las miradas entre ambas no eran cómplices ni mucho menos. Al finalizar la cena y la charla, Vilches se retiró a ver a la chica, también lo hizo Natalia y se quedaron, solas Teresa y Alba.

- Anda vamos a mi casa, te invito a un zumo de coco y hablamos – le invitó Teresa a Alba

- De acuerdo – sonrió yendo tras la mujer

- ¿Cómo estás?

- Bien... que Luna más hermosa – dijo mirando el cielo

- Si, las noches aquí son especiales, aunque bueno, te advierto que lo más normal es que tengamos lluvias, ¡eh!

- Si, me lo comentaron. ¿Y esos ruidos?

- La selva habla en la noche, tiene un lenguaje único y al que debes respetar, pero al mismo tiempo admirar

- ¿Y no hay bichos?

- Bueno cariño estamos en la selva – le dijo mientras entraban sin darse cuenta que Natalia estaba tan solo a unos pasos por detrás - Aquí hay de todo, bichos buenos, bichos malos, grandes, pequeños, pero aquí no, además por la noche la puerta la cerramos, nos costó mucho hacerla para salvaguardarnos – sonrió - Los peores bichos tienen dos patas y en sus manos un fúsil

- Antes te escuché hablar en su dialecto... - le dijo mientras se sentaba en la mecedora tal y como le había señalado Teresa

- Si, lo aprendí muy joven. Es el Kikongo, te iré enseñando lo imprescindible para que puedas defenderte. Mi padre, era un enamorado de África, vinimos porque era médico, yo tendría unos cuatro años, todos mis recuerdos están ligados a este lugar, no a este en el que estamos ahora, porque he estado en muchos lugares de África recorriéndolo de Norte a Sur y de Este a Oeste – Alba la escuchaba atentamente no hacía más que unas horas que se conocían pero ya admiraba a aquella mujer - Mis juegos eran con los niños africanos, así que aprendí a hablar como ellos, a querer este lugar como ellos, tanto que cuando he ido a Madrid, me ha molestado todo, el tráfico, las voces, la gente

- Ya... debe ser complicado hacer el recorrido contrario al que hacemos nosotros, esto es... no sé... especial – asintió con una sonrisa

- Mi padre me enseñó a respetar África y su gente, a admirarlo era todavía una niña y recuerdo como mi madre me enseñaba a poner gasas a secar al sol con un ungüento que después utilizaba para determinadas enfermedades – le tendió una copa con líquido que olía intensamente como su habitación - Hasta que un día nos atacaron, mataron a mi madre hirieron a mi padre y tan solo me libré porque estaba subida a un árbol tratando de darle el biberón a una cría de mono que habían abandonado. Solo cuando estuve segura de que no quedaba nadie, tras muchas horas paralizada allá arriba, pude llegar hasta mi padre y conforme me iba indicando, curarle. Pedí ayuda y enterramos a mi madre mientras mi padre se debatía entre la vida y la muerte, ante la situación nos mandaron a Madrid, pero como ya te digo esto engancha, volvimos, estuvimos muchos años ayudando a diferentes etnias, la gente se cree que ahora es cuando han aparecido estos médicos que son como ángeles, pero hace muchos años había determinados locos como eran llamados, que lo dejaban todo por ayudar a los demás.

Aventuras en la selvaWhere stories live. Discover now