Un mensaje del futuro, mi libro y el pasado

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Pero antes de continuar: 

Desde 2016 he venido escribiendo, Los Arrepentidos, un cuento que nació durante mi adolescencia, que de cierta manera ha tenido sus raíces con ustedes en esta plataforma y que ya camina entre nosotros tras su publicación, a la espera de ser sostenido. Ojalá pudiera darles este proyecto como un regalo en su forma completa, sin embargo, sigo buscando la manera de hacer este libro lo más accesible posible, claro, se trata de una tarea que como autor independiente me ha de requerir paciencia. Lo que me da alegría es saber que esta obra es ya una realidad palpable. 

Quisiera dejarles al final de esta carta, lugares donde puedan obtener mi trabajo, y antes de la despedida, compartirles un fragmento que se desprende del cuerpo de Los Arrepentidos, un cuento sobre el pasado.


Los Arrepentidos - Uno (extracto)

Entre cortinas vaporosas de una noche donde el cielo no es completamente oscuro sino mantiene consigo los restos añiles del día, un automóvil, que es casi una sombra, corre por la carretera partiendo el viento tal cual una daga corta un trozo de seda. Es un espejo enfurecido escapando de la palidez deslumbrante de nuestra luna, que arma su escondite al sumergirse en un túnel donde el abandono es tan denso como el concreto recubriendo su circunferencia. Las luces del túnel se adhieren a la corteza del automóvil, el cual les regresa su reflejo antes de salir hacia una brecha de árboles elevados hacia la noche, en ramas que intentan crear otro túnel por sí mismas. 

Este automóvil escurridizo se cubre bajo las enmarañadas ramas de tupidas hojas, esperando que la luna no le encuentre. En tanto el espejo negro transita por la solitaria ruta sin miedo a la velocidad, poderosos troncos se añejan a los costados, expectantes. Desde la altura un ojo incorpóreo se acerca en circulares movimientos hacia el parabrisas donde atraviesa una capa fina de sombras, incrustadas junto a un nimio hilo de destello cósmico que también reposa. Viaja hacia donde la fricción de las llantas se acalla y el silencio en la cabina acrecienta. Dentro, un hombre apenas y existe. El ojo reposa como el copiloto ahora. En el asiento trasero la quietud con la que una maleta descansa se vislumbra. De aquella se asoman las esquinas de algunas hojas maltratadas por un mal uso. De contar aquel ojo con las gracias del olfato podría percibir el peculiar aroma que despide el cuero. En cambio, el ojo puede notar la ausencia del polvo, el vacío que habita dentro de la guantera, una bata blanca con un nombre bordado en ella que es lanzada con desdén sobre el cuero y al hombre tras del volante vistiendo de un rostro confuso.

La silueta de una rama le resbala sobre el rostro, acaricia su frente y recorre el puente de una nariz recta resquebrajando su cara como un rayo parte el cielo en preludio de una tormenta. Lleva una mueca ambigua esa noche. No hay tristeza en aquellos labios ni el anuncio de un brote de euforia en sus ojos. No existe sobre aquellas manos que se aferran al volante en nudillos blancuzcos, señal alguna de un compromiso, tampoco los restos que deja la violencia. Y su pecho se desinfla sin prisa ni descanso, tan solo despacio, tal como se respira cuando no se tiene nada qué pensar.

Un parpadeo ocurre, pero es minúsculo, casi imperceptible. Luego inmutabilidad absoluta. Hasta que otra rama escala por su rostro como una mano que con siete dedos alcanza la frente, y un pensamiento con la forma del sudor escurre por su cráneo.

Resbala, tambalea y cae.

Entonces es desatado el temporal que un rayo ya ha anunciado. El hombre discurre sobre el lugar del cual se ha alejado, aquel que dejado en abandono prepara un festín, por allá donde la brecha de árboles despunta. Piensa en la vastedad de una casa en descuido, donde una tortuga deambula con la barriga vacía. El olor del cuero sin demora es infestado con el olor del polvo y la ajada madera. También aparece la humedad gestada cuando el sol se ausenta. Ahora recuerda sobre su embriaguez, que dos copas son cuatro y siete no son suficientes. Rebasa después mientras que anda por debajo de un mezquite, el vago recuerdo de un cuerpo tambaleante, que derrotado ante el soplo de una imperceptible ventisca, cae sobre la polvosa alfombra de una habitación vacía. La ventana se encuentra abierta y por ella entra el viento que mece la ligereza de las cortinas junto a su frágil transparencia. A lo alto la luna, enmarcada por el umbral de la ventana. No es el alcohol aquello que le amarga la garganta sino un rostro que le roza la memoria.

La guía del buen escritor. [¿Como aprender a escribir?]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora