La Dalia Roja

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El teatro tenía horarios estipulados en los que los participantes podían acceder tras bambalinas para hacer uso de las instalaciones. Al ser de los últimos en inscribirse, ya no quedaban camerinos privados disponibles y deberían compartir con otra participante.

Les habían asignado el número 13.

Dean estaba a punto de abrir la puerta cuando Sam lo detuvo y dio unos golpecitos de cortesía.

La puerta se abrió pocos segundos después y el Hombre de Letras se encontró de frente con un par de ojos color café que lo miraban con curiosidad. Sam no estaba acostumbrado a toparse con mucha gente que fuera tan alta como él y, aunque algo desconcertante, era una novedad refrescante no tener que bajar la vista para mirar a alguien a la cara.

—Bueno, ¡mira lo que trajo el gato! —dijo con un marcado acento latino el desconocido, al tiempo que se posaba contra el umbral—. Tres machotes tocan a mi puerta y yo sin maquillaje —añadió acomodándose con gracia una melena imaginaria.

Sam se lo quedó mirando, sonriendo con incomodidad. Todo aquel asunto estaba por lejos fuera de su zona de confort.

—Disculpa —dijo Dean para atraer su atención. El latino volteó hacia él, lo observó de arriba abajo, luego procedió a hacer lo mismo con Castiel y volvió a mirar a Dean—. Nos toca compartir —dijo el cazador alzando la copia del formulario de inscripción donde figuraba el número de camerino.

De pronto la sonrisa amable del joven se borró de su rostro y manoteó apresuradamente los papeles. Buscó con rapidez en el texto hasta comprobar que estaba diciendo la verdad. Resopló resignado y se los devolvió.

Con actitud cansina, se hizo a un lado para darles paso.

—Claro, pongan a la latina a compartir —protestó entre dientes—. Seguro que está acostumbrada a convivir con veinte personas a la vez.

Dean entró al abarrotado camerino como si no pudiera escucharlo. Castiel lo siguió de cerca y Sam entró en último lugar, murmurando unas disculpas por la intromisión.

El hombre cerró la puerta y tomó asiento en el taburete de su espejo, observando a los extraños moverse entre sus cosas.

Dean miró alrededor, el sitio estaba cubierto de percheros repletos de vestidos con lentejuelas y plumas; y sobre ellos, varios estantes llenos de maniquíes de esos que solo llegan hasta el busto con pelucas de todos los colores del arcoíris. Pegado en el lado interior de la puerta se encontraba un póster de una hermosa morena. Tenía el cabello negro recogido en una especie de rodete abultado y llevaba un tocado de flores color carmín; el vestido y el maquillaje del mismo tono completaban el atuendo dándole un aspecto indudablemente latino. El cazador pensó que se veía parecida a su drag favorita del programa de RuPaul, Valentina.

—¿Eres tú? —preguntó Dean apuntando la foto con un dedo.

—Así es —respondió el joven sin voltear a mirar lo que señalaba.

Dean alzó las cejas y asintió en silencio aprobando su aspecto, pero no dijo nada.

—"La Dalia Roja" —Castiel leyó en voz alta el nombre debajo de la imagen y luego la inspeccionó más de cerca, entornando los ojos—. Esas no son dalias. —El hombre lo miró frunciendo los labios, molesto por la crítica, pensando que todos se creían grandes artistas.

Dean se restregó la frente nervioso, no era buena idea hacer enfadar a su compañero de camerino ya desde el primer día—. Parecen rosas de tela. Una interpretación libre, claramente. Pero aún así, estéticas —luego de decir aquello, el ángel volvió a ignorar el póster y continuó escaneando con la mirada el resto del recinto.

Señorita Pink RoseWhere stories live. Discover now